Opinión

Una investidura desvirtuada

Ni el Benegá ni el Pesedegá tienen ahora mismo el mandato de gobernar Galicia. En las elecciones en 2020 los gallegos les encomendaron la noble tarea de oposición frente a la amplia mayoría del Partido Popular. Sin embargo, dos años después, parecen no resignarse a desempeñar ese papel y se creen en la obligación de presentarse como alternativa al gobierno popular aunque no haya urnas a la vista. O tal vez se trata de aprovechar una de esas muy escasas ocasiones en que un debate parlamentario en Hórreo alcanza una cierta resonancia pública para colocar su mensaje político. Lo que se consigue en todo caso es desnaturalizar de facto un pleno extraordinario que se convoca específica y exclusivamente para investir un nuevo presidente de la Xunta.

Tanto Ana Pontón, veteranísima parlamentaria, como Luis Alvarez, que tampoco es un novato, saben de sobra que el debate de investidura no está previsto, ni pensado, para que las fuerzas opositoras presenten su propio programa de gobierno, sino para que discutan el que defiende el candidato e incluso para que pongan en tela de juicio su idoneidad, su capacidad o su voluntad de llevar a cabo lo que propone. Están en su derecho a no atenerse a ese guión, aunque deberían ser conscientes de que ese intencionada distorsión del papel que tienen encomendado puede generar una considerable dosis de confusión en el sufrido espectador (también en el afín) y acabar siéndoles contraproducente, por aquello de cada cosa a su tiempo, que dicta el sentido común.

La estrategia de socialistas y nacionalistas tiene además otros riesgos añadidos. También se les puede volver en contra, porque lo que presentaron no fue una sino dos alternativas al gobierno del PP. Cada uno la suya. BNG y PSOE gobiernan juntos en tres de las cuatro diputaciones y en muchos ayuntamientos, incluyendo la mayoría de las ciudades, pero los programas que ofrecen a los gallegos tienen serias disonancias. En algunos aspectos, no menores, son diferencias prácticamente irreconciliables, que ellos ni siquiera eluden, casi ni disimulan aun siendo conscientes de que el electorado de izquierda tiende a castigarlas. Y es que a fin de cuentas compiten entre ellos por encabezar un bipartito en la Xunta que nadie duda que reeditarán si tienen ocasión, soslayando las contradicciones.

Alfonso Rueda tenía garantizada la investidura por la pura aritmética parlamentaria. No había lugar para la sorpresa. Sin embargo, podía haber sufrido el desgaste de la confrontación directa con sus oponentes. Pero éstos la rehuyeron. No entraron apenas en el cuerpo a cuerpo. En cierta manera, lo ningunearon. Fueron a lo suyo, con lo que el ya nuevo presidente salió más que airoso sin necesidad de lucirse, bordeando el tongo. Es como si hubiera ganado por incomparecencia de los rivales. Está por ver que Benegá y PSOE hayan sacado el rédito que pretendían, por más que se consideren triunfadores. Seguramente los auténticos perdedores fueron los ciudadanos, que poco o nada habrán sacado en limpio de un debate desvirtuado en que únicamente el candidato estuvo en su sitio. Eso sí, solo y descolocado.

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