Opinión

Mareas en extinción

Las elecciones municipales de 2019 supusieron el primer varapalo. Y fue duro. Las mareas gallegas perdieron las alcaldías de A Coruña, Santiago y Ferrol, que habían conquistado cuatro años antes, el momento en que eclosionó la llamada nueva izquierda. Las autonómicas de 2020, cuando desaparecieron del Parlamento gallego con el fiasco de Galicia en Común, prácticamente certificaron su defunción. Ahora, las encuestas - tanto las que se publican como las de consumo interno- auguran que en mayo el espacio rupturista quedará erradicado casi por completo del mapa político local. Puede haber excepciones, unos cuantos concejales en pequeños y medianos municipios, ninguno en una ciudad, que como casos excepcionales confirmen la regla que condena a la extinción a un proyecto con ADN gallego y variantes territoriales que se expandió por toda España en una de las etapas más convulsas de la vida pública española. Junto a la desaparición de Ciudadanos, es el fin de la efímera nueva política.

Las mareas fueron quienes asestaron el primer correctivo electoral al Feijóo rampante que contra pronóstico había reconquistado la Xunta para la derecha gallega. En la primavera de 2015 el PP perdió las mayorías absolutas que ostentaba en las tres ciudades de la provincia de A Coruña. Los rupturistas se hicieron con las alcaldías coruñesa, compostelana y ferrolana abriendo un ciclo que desde entonces mantiene el poder municipal urbano en manos de la izquierda (ahora es el PSOE el que encabeza los gobiernos progresistas en las urbes gallegas, con la excepción nacionalista de Pontevedra). Los populares las bautizaron y las descalificaban como “las mareas de Podemos”, cuando los podemitas eran una minoría casi testimonial en algunas de ellas. Las principales caras visibles de aquel movimiento ya no están en política activa o dejaron la primera fila, asumiendo personalmente en cualquier caso las responsabilidades de la debacle.

El escenario se presenta muy desfavorable para lo que queda del rupturismo en Galicia. Si no logran reeditar la fórmula de convergencia de nacionalismo “beirista”, la izquierda federal y los movimientos sociales, si Podemos va por su cuenta y el Sumar de Yolanda Díaz no se implica, el fiasco es inevitable. Y seguramente irreversible. Habrá candidaturas -es probable que más de una- en bastantes ayuntamientos, empezando por los urbanos. Serán en su caso listas con un claro enfoque local y sin apenas conexión entre ellas, sin una estrategia común, y con un mayor protagonismo de los morados, que esta vez aspiran a obtener las cuotas de representatividad que les corresponden como partido gobernante. Mientras, los dirigentes ciudadanos que impulsaron las primeras mareas están de retirada. Salieron tan escamados del experimento, que no quieren saber nada de nuevas aventuras. Se han replegado al ámbito cívico, del que nunca deberían haber salido.

El Bloque confía en ser -en seguir siendo, porque ya lo fue en las autonómicas- el principal beneficiario del proceso de extinción de las mareas municipalistas gallegas. Así lo reflejan los sondeos. No solamente esperan hacerse con el sector de voto que por nacionalista le era más afín. Los de Pontón aspiran a pescar en el resto del caladero rupturista gracias a su actual estrategia de amplio espectro y a la ola que les empuja hacia arriba después de tocar fondo tras las escisiones de 2012. Sin embargo, el Pesedegá también cree que una parte del pescado rupturista caerá en sus redes por la “atracción” que puedan ejercer desde las alcaldías y por aquello del voto útil, que funciona mucho más a nivel municipal que en otros ámbitos. Ante tan adversas perspectivas, lo que a estas alturas tienen claro muchos de los antiguos votantes de las mareas es que volver a hacerlo, por efecto del sistema electoral, sólo beneficiará al enemigo. Léase PP (porque el resto solo son rivales). 

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