Opinión

Una partida entre tahúres

Hubo suspense hasta el último minuto, pero al final pasó lo que era de temer que pasaría. Gonzalo Pérez Jácome seguirá siendo el alcalde de Ourense cuatro años más, salvo que la Justicia lo inhabilite o lo descabalgue una improbable -aunque nunca descartable- moción de censura. Los dieciocho mil y pico ourensanos que le otorgaron una amplia victoria son probablemente los únicos que, junto al propio equipo de Democracia Ourensana, tienen algo que celebrar. A los demás, a los que votaron a otros partidos o se quedaron en casa, a quienes viven o tienen intereses en la capital ourensana, les sobran motivos para la preocupación a la vista del penoso espectáculo en que, unos más que otros, convirtieron las negociaciones para constituir el nuevo gobierno municipal. Aquello se parecía mucho a una partida entre tahúres. Nadie jugó limpio y algunos, al tener además las cartas marcadas, se permitieron ir de farol porque era imposible que perdieran. 

Lo que iba a ser un cordón sanitario acabó siendo una larga soga en la que se fueron enredando los actores principales de esta opereta que se representó en la toma de posesión de la nueva corporación municipal. El guión estaba escrito desde la misma noche en que Jácome hizo saltar por los aires todos los pronósticos electorales, incluidos los que le eran más favorables. Su inesperado triunfo cambió por completo el escenario y cada cual tuvo que replantearse el papel que iba a representar. Lo que nadie parecía dispuesto a aceptar de entrada era el amargo dictado de las urnas: ni PP, ni PSOE ni BNG habían sido capaces de encarnar, por separado ni juntos, una alternativa creíble y mínimamente ilusionante frente a la peculiar forma que tiene el actual regidor de entender la gestión pública. Y no acertaron a recolocarse adecuadamente en el nuevo escenario. 

Manuel Cabezas, es junto a Baltar, el que peor parado sale del proceso electoral y del pacto del PPdeG con Jácome. Obtuvo un mal resultado en relación con sus propias expectativas y a lo que auguraban unas encuestas que quedaron en entredicho por no haber detectado la corriente de fondo favorable al alcalde. Es probable que Cabezas se planteara renunciar aquella misma noche, en cuanto las urnas dictaron sentencia. Sin embargo, decidió quedarse para cumplir el compromiso de impedir a toda costa cuatro años más de jacomismo. Y le dejaron sólo. Una soledad patética. Su propio partido, su amigo el socialista Paco Rodríguez y el BNG jugaron al ratón y al gato con él poniendo en evidencia la endebleza de su liderazgo en el PP local hasta hacer insostenible su permanencia en los cargos institucionales y de partido. Por eso se va. 

El resultado del contubernio -más que pacto- entre el PP y Jácome es un despropósito que envenena aún más la vida política ourensana y augura tiempos difíciles incluso para la convivencia cívica, no digamos para el imprescible diálogo constructivo entre las diferentes sensibilidades ideológicas y entre los partidos que las vehiculan. Ya nadie se va a fiar de nadie. Lo que a su vez provocará que se agrave y cronifique una inestabilidad esterilizante que tiende a ahuyentar a los inversores y a desincentivar las iniciativas sociales, que son las que impulsan el progreso de una comunidad. Se encrespan los ánimos de los actores políticos, mientras la sociedad civil pierde pulso con el riesgo de caer en un estado casi letárgico, de desánimo o de dejadez que la hará todavía más fácilmente manipulable para quien parece tenerle cogida la aguja de marear. 

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