Opinión

El Pesedegá se encomienda a San Besteiro

Está por ver que alguien dé la nota. Todos los dirigentes y cargos institucionales del PSdeG, no sólo los que han salido a la palestra, se encomiendan a san Besteiro en este momento de tribulación. Nadie le responsabiliza personalmente, al menos en voz alta, del batacazo del 18F. Asistimos a un auténtico cierre de filas. El aparato y las estructuras de poder del partido parecen estar deseando que asuma cuanto antes el liderazgo, con todas las consecuencias. Está en marcha el proceso para que, en cuestión de meses, además de portavoz en Parlamento, vuelva a ser el secretario general, cargo que ocupaba cuando la jueza De Lara lo puso en la picoca y tuvo que apartarse de la vida política por un periodo de tiempo que nunca creyó que sería tan largo. Las imputaciones judiciales impidieron al expresidente de la Diputación de Lugo ser el candidato socialista en las elecciones autonómicas de 2016. Esa espinita se la acaba de sacar, aunque con dolor, por el mal resultado del día 18, mucho peor del que seguramente habría obtenido siete años atrás.

A la actual cúpula del PSOE gallego se la ve deseosa de entregar el mando a Besteiro. Les urge. Así se sacarán un peso de encima y darán por cerrada su etapa sin que nadie desde dentro les exija responsabilidades por un ciclo de claros retrocesos electorales, que arrancó con las municipales, se agravó en las generales del 23J y se cierra con el fiasco de las autonómicas. El mandato de Valentín González Formoso y Lage Tuñas, como secretario general el uno y de organización el otro, caduca a finales de 2025. Sin embargo, nadie en el Pesedegá parecer estar por mantener hasta entonces la bicefalia. Habrá que apurar los plazos, dentro de los márgenes estatutarios, porque de lo que se trata es de consolidar a Besteiro como líder plenipotenciario antes de que al o los sectores críticos, que los hay, les dé tiempo, no ya a pedir cuentas, sino de convencer al grueso de las bases de la necesidad de replantear a fondo el proyecto político que encarna la actual dirección y al que darán continuidad sus sucesores.

Si el PSdeG se limita a escenificar un traspaso de poderes de Formoso a Besteiro, sin más, además de mandar un mensaje de más de lo mismo, estará cerrando en falso una crisis de gran calado como la detonada el 18F, que no se explica por el mayor o menor tirón de un candidato de última hora escasamente conocido, ni por lo por el contraproducente desembarco en campaña de Moncloa y Ferraz, sino más bien porque el partido ha caído en un sucursalismo que lo desdibuja en lo ideológico y en lo estratégico y le deja sin perfil propio. El Bloque le ha arrebatado la porción más galleguista de su electorado tradicional y amenaza con quedárselo si no se encuentra la fórmula para volver a ser lo que fue en la etapa touriñista o un épocas anteriores: el partido de los socialdemócratas galleguistas.

De hecho, el PSOE gallego está empezando a dar señales de querer replantearse las fórmulas de colaboración con un Bloque rampante, que le arrebató hace tiempo el liderazgo de la alternativa de izquierdas a la hegemonía del PP y ahora amenaza con arrinconar a los socialistas en la irrelevancia. Llegado el momento, Besteiro y la nueva dirección deberán empezar por asumir que está en riesgo la supervivencia del partido que encabezó los dos únicos gobiernos progresistas de toda la historia autonómica de Galicia. Y han de tener claro que la principal amenaza la constituye el pontonismo, ese nacionalismo transversal y de banda muy ancha que tiene un amplio poder institucional en ayuntamientos y diputaciones, gracias a sus cogobiernos con el PSdeG, y por el que ahora se deja seducir, sin remordimiento, el sector menos jacobino del socialismo galaico.

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