Opinión

Quiroga Suárez, valdeorresismo, ourensanía y galleguidad

Fue el último presidente preautonómico. Nunca pretendió serlo. Quiroga Suárez llegó al cargo casi de carambola y le cupo el honor -y la responsabilidad- de pilotar la fase final del proceso para la aprobación del aún vigente Estatuto de Autonomía con el consiguiente el referéndum y la convocatoria de las primeras elecciones gallegas, en las que asumió la candidatura de la declinante UCD a la presidencia de la Xunta. En su breve etapa presidencial se pusieron los cimientos de la Administración autonómica, una entelequia en la que por entonces casi nadie creía. No le resultó fácil reclutar personal y para hacerse con las primeras dependencias y con el mobiliario, él y sus colaboradores tuvieron que avalar personalmente las operaciones, porque los proveedores y los bancos no se fiaban. Quién lo diría hoy al ver a miles de jóvenes opositando para trabajar en alguno de las decenas de edificios que acogen los servicios administrativos del Gobierno gallego.

José Quiroga Suárez, para sus paisanos siempre Don Pepito (porque a su padre le decían Don Pepe) era un político de altura. No sólo por su elevada estatura, sino porque, como la mayoría de los protagonistas de aquella etapa histórica, supo alzar la mirada para superar los muchos obstáculos a los que tuvo que enfrentarse para asentar la democracia y poner en pie el Estado de las Autonomías. Por tocar, hasta le tocó vivir como presidente el 23-F, el intento de golpe de Estado de Tejero, Armada, Miláns y compañía. Padeció y a la vez fue víctima del triste final de la UCD, su partido y el de Suárez, a quien admiraba casi tanto como a Pío Cabanillas o a Eulogio Gómez Franqueira, de los que fue directo colaborador. Al doctor Quiroga casi le toca firmar el certificado de defunción del centrismo reformista, pero hasta donde pudo se esforzó en mantenerlo vivo, aunque fuera con respiración asistida. Se trataba de contrapesar a la derecha conservadora.

A fuer de valdeorrés de pura cepa, Quiroga Suárez ejerció el ourensanismo, hoy ourensanía, esa singular forma de galleguidad que encierra un plus de moderación y pragmatismo como contrapeso de una fuerte carga identitaria, para nada excluyente, sino más bien expansiva e integradora. En Madrid presumía de gallego, en Santiago de ourensano y en Ourense reivindicada la Valdeorras de la que nunca quiso desvincularse y para la que reivindicaba un mayor peso específico en la estructura provincial. Siempre le preocupó lo lejanas y desconocidas que para el resto de los ourensanos resultaban entonces las tierras de Caldelas, Trives, O Bolo y la comarca valdeorresa, a pesar de todo tan gallegas como las que más.

Como la política es así de ingrata, aunque más con unos que con otros, José Quiroga no recibió en vida los homenajes y los reconocimientos que se merecía por su trayectoria de servicio público a Galicia y a Ourense. Ahora la Diputación declarará hijo predilecto de la provincia al primer ourensano en presidir la Xunta. Es una muestra de gratitud más que merecida, pero que se hizo esperar demasiado. Y aún faltan otros honores, tal vez más domésticos, pero que servirán para que se mantenga vivo en la memoria de sus paisanos el recuerdo de aquel médico de acreditado ojo clínico que para varias generaciones fue como de la familia. Su bonhomía y afabilidad de trato, unidos a una fina retranca, eran incluso más eficaces que los medicamentos que recetaba. Más vale tarde que nunca. En el suyo, como en tantos otros casos, sin duda la historia será más justa con su figura política que lo fueron -que lo estamos siendo- sus contemporáneos. 

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