Opinión

De la regeneración a la degeneración, por Fernando González Macías

Tengámoslo claro. En un sistema democrático, los primeros responsables de que personajes como Gonzalo Pérez Jácome y sus adláteres accedan y se instalen en la vida pública, además de ellos mismos, son quienes les votan. También tienen su parte de responsabilidad aquellos dirigentes y cargos públicos relevantes que durante años, por acción u omisión, siembran la frustración y el desencanto en la ciudadanía, creando el sustrato ideal para que se asiente un generalizado cabreo social. Ese descontento cívico facilita la brotación de todo tipo de populismos, no sólo los clásicos antisistema, sino también de aquellos que, sin poner en cuestión el entramado institucional, se atribuyen la capacidad de solucionar fácilmente problemas complejos o enquistados, como si estuvieran en posesión del bálsamo de Fierabrás o cualquier otra poción mágica.

Tengámoslo claro. En un sistema democrático, los primeros responsables de que personajes como Gonzalo Pérez Jácome y sus adláteres accedan y se instalen en la vida pública, además de ellos mismos, son quienes les votan.

Al votar con la vísceras en lugar de con la cabeza fría, el ciudadano cabreado es uno de los más peligrosos agentes antisistema y probablemente el único capaz de respaldar proyectos políticos perjudiciales en primer lugar para sus propios intereses y en general para lo que llamamos bien común. Habrá quien intente argumentar lo contrario, pero, a decir de los más reputados politólogos, la experiencia demuestra que el antisistema caduca mucho antes que el sistema. Por lo general, gracias a la inercia, el sistema resiste y evoluciona; el antisistema se desnutre, va volatilizándose y defrauda todas las expectativas, dejando por el camino pavorosos estructurales y habiendo erosionado seriamente el prestigio de las instituciones tanto o más que la casta política a la que venía a reemplazar. 

Ahora bien, que el ínclito Jácome haya llegado a donde nunca debió llegar ciertamente es responsabilidad de quienes le auparon a la alcaldía sabiendo de sobra quién era y a qué jugaba. Porque el Jácome que se presentó por primera vez en 2003 y recuncó en 2007 podía dar el camelo incluso al sector de la población menos ingenuo que la media de su electorado. Pero el de 2019 había dado ya motivos para suspicacia y no engañaba a casi nadie. Desde luego, no a gentes perspicaces y avispadas, con larga experiencia política y buenos conocedores de este tipo de percal. Es de suponer que porque en aquel momento estratégicamente les convenía -y no porque el individuo les cayera en gracia- abonaron el crecimiento de una planta que por invasiva y dañina tenían que haber cortado de raíz. Lo que no pueden pretextar es que les dio gato por liebre.

Escuchándole, queda bien claro cómo entiende el tal Jácome la política. Para él es como un juego de intereses fundamental aunque no solamente económicos. Lo suyo es el paradigma de lo que viene a ser la antipolítica...

Escuchándole, queda bien claro cómo entiende el tal Jácome la política. Para él es como un juego de intereses fundamental aunque no solamente económicos. Lo suyo es el paradigma de lo que viene a ser la antipolítica, que por lo visto y sobre todo por lo oído, reúne lo peor de la vieja, de la nueva y de la mediopensionista, si la hubiera. He aquí, en el caso Jácome, un claro ejemplo de las razones por las que hay que desconfiar siempre y desde un principio de quienes aseguran no tener ideología alguna y de no abrigar ningún otro propósito que el de mejorar la gestión pública, racionalizándola y haciéndola más eficiente. Por principio y vistos los antecedentes, es sano y muy recomendable recelar de muchos de los que aseguran haber venido a la vida política con el sólo afán de regenerarla. Porque al final lo que acaban haciendo es degenerarla.

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