Opinión

La última singladura de Yolanda Díaz

Yolanda Díaz lleva tiempo trabajando la idea. No es una ocurrencia. Es el fruto de su propio análisis de situación y de las aportaciones de su equipo, un “think tank” conformado por gentes casi todas ajenas a Podemos, a Izquierda Unida y al resto de los grupos integrados en la “confluencia” que lideraba Pablo Iglesias. Buena parte de esa masa gris es gallega y conoce a fondo los sucesivos procesos que cristalizaron primero en AGE, después en las mareas municipales para acabar desembocando en la fórmula de En Marea y en Galicia en Común. Alguno de ellos trabajó con Pablo Iglesias cuando Díaz lo fichó como asesor en aquel exitoso experimento rupturista que constituiría el claro antecedente de Podemos. Hasta hoy solo se sabe lo que la vicepresidenta y ministra de Trabajo ha dejado caer en sus últimas comparecencias públicas. Pero al parecer las líneas generales están trazadas negro sobre blanco para poder presentarlas a distintos sectores a los que se pretende aglutinar y dar protagonismo.

No se trata de poner en marcha una plataforma electoral, sino lo que Yolanda Díaz denomina “un proyecto de país”. Un movimiento político en el que no tendrán cabida las siglas ni los personalismos. Nada de egos. Nadie puede considerarse imprescindible por muy valioso que sea su concurso a la hora de encarnar la idea. Para Díaz, los antecedentes ponen en evidencia que el excesivo afán de protagonismo de determinados líderes más o menos carismáticos tuvo mucho que ver en la situación en la que ahora se encuentra la llamada izquierda transformadora. Pecaron de egoísmo político y lo pagaron en las urnas. Desilusionaron y desmovilizar a mucha gente, espantada por el “efecto gallinero”. Esos sectores son a los que Díaz espera recuperar con mensaje claro, el de que toca crear algo nuevo, casi desde cero y sin derechos adquiridos.

Solo ella está en condiciones de evitar que lo poco que queda del rupturismo desaparezca definitivamente del escenario político. Su valoración entre la ciudadanía no deja de crecer gracias al papel estelar que ha sabido -y le han dejado- jugar en el Gobierno de Pedro Sánchez. Y aún no ha tocado techo, según los analistas. Es algo que Pablo Iglesias vio claro hace tiempo y por lo que la ungió como su sucesora, librándola además de ataduras partidistas para que pueda construir un proyecto “ex novo” con el que ocupar el amplio espacio político a la izquierda del PSOE que tanto los podemitas como IU van dejando huérfano. A los dirigentes del partido morado no les queda otra que asumir, aunque sea con dolor, que su suerte está indefectiblemente unida a la de Yolanda Díaz. O hacen piña con ella o se echan a un lado. Cualquier otra actitud sería estorbar, además de un suicidio.

Yolanda Díaz lo tiene claro. El aviso a navegantes ya está lanzado. Si su planteamiento no cuaja o se siente incómoda con lo que surja del movimiento “reformador” que amadrina, se irá a su casa. Se quitará de enmedio una vez que cumpla la encomienda como ministra y vicepresidenta. A eso no va a renunciar. Y ni de lejos contempla la posibilidad de embarcarse en otro experimento, al igual que está descartado que se arrime al PSOE como independiente (sería una traición histórica a sí misma y a su ADN). Quienes están más cerca de ella en el día a día saben del enorme sacrificio personal y familiar que asumió al incorporarse al gobierno. Cumplidas con creces sus aspiraciones, no resultaría tan amargo plegar velas si no hay viento que las empuje. Y hasta tendría algo de reconfortante regresar al puerto base, donde todo empezó y donde debe acabar. Es lo suyo.

Te puede interesar