Opinión

Yolanda, la oportunista que no le quita el sueño a Sánchez

No es de ahora. Yolanda Díaz nunca tuvo lo que se dice buena prensa. Tirando de hemeroteca, es casi imposible encontrar entre los analistas de los periódicos gallegos una sola referencia mínimamente condescendiente con su irrupción en la política o con alguna de sus acciones u omisiones en una larga trayectoria que arrancó de cero, en un partido casi testimonial, y tardó tantos años en despegar hacia el éxito. Ni siquiera se valora el mérito de no haber tirando la toalla tras la amarga sucesión de fracasos y traspiés electorales previos al experimento rupturista con el que logró entrar en el Parlamento gallego. A diferencia de lo que sucede con Pedro Sánchez y otros líderes, lo suyo no se considera resiliencia. Si acaso contumacia. Nadie considera virtuosa su capacidad para reinventarse. O para recolocarse y para adaptar sus planes a los constantes y profundas mutaciones del ecosistema político español en lo que va de siglo. 

Díaz es acusada de no haber conseguido nunca nada por sus propios méritos. A decir de sus detractores, incluyendo una parte notable de los que se podría considerar políticamente afines, la ahora líder de Sumar se las ha arreglado para llegar a donde está a base de ganarse la confianza de quienes podían facilitarle, en cada etapa, el avance hacia su gran meta, que siempre fue tener Poder (con mayúsculas), el poder que ahora ostenta. Se le echa en cara haber ido desentendiéndose de todos y cada uno de sus principales compañeros de viaje, incluidos los que costeaban el billete o le facilitaban la hoja de ruta. Y de arrojar a más de uno, de dos y de tres por la borda para soltar lastre. También, de subir peldaños pisando la cabeza de quien haga falta. Pero sobre todo es tachada de oportunista y, más aún, de ser una consumada maestra de la traición. 

A Yolanda Díaz la acusan, en definitiva, de hacer carrera a base de una sucesión de deslealtades. La primera a Xosé Manuel Beiras y la última -por ahora, dicen- a Pablo Iglesias. Se alió con el viejo profesor para crear la Alternativa Galega de Esquerdas (AGE), que dio la campanada en las autonómicas de 2012. La confluencia del nacionalismo y la izquierda federal, hoy considerada el antecedente de Podemos, logró nueve escaños, “sorpassando” a un Benegá maltrecho tras el cisma de Amio. En aquella campaña electoral de AGE tuvo un destacado papel el entonces casi desconocido politólogo madrileño Pablo Iglesias, con quien se alió para crear En Marea y Galicia en Común, el mismo que después la designó su sucesora como vicepresidenta del Gobierno y líder del movimiento podemita al que ahora parece desdeñar en la construcción de un nuevo proyecto, muy suyo y muy propio.

Lo que nadie puede negarle a Yolanda Díaz es un olfato político fuera de lo común. Hoy es vicepresidenta del Gobierno de España y líder de la segunda fuerza de la izquierda gracias sobre todo a su intuición. Siempre supo cuándo subirse y en qué estación apearse de cada uno los trenes que tomó hasta desembarcar en Madrid para tener el relevante papel que hoy desempeña en la política nacional. Es experta en manejar la brújula (otros, despectivamente, dirán que en brujulear). Ahora navega con Sumar arrimada al costado de babor del PSOE sanchista, aprovechando las corrientes favorables y vientos que soplan propicios para un izquierdismo realista. Pedro Sánchez, en tantas cosas muy parecido a ella y que cree conocerla bien, duerme tranquilo teniéndola de socia de gobierno. No teme una felonía. Al contrario, porque cree que se necesitan recíprocamente y que acabarán juntos, compartiendo siglas, o arrumbados en el mismo cajón de la historia. 

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