Opinión

“Alguien” habrá de pensar en el ejemplo de Rubiales

Tenía usted alguna duda de que Luis Rubiales acabaría saltando, con mala caída, de la Federación de Fútbol? Tendría que haber salido hace mucho, y no solo por el famoso “pico”, el menor de sus desmanes, pero los aplausos incondicionales (y por muchos motivos interesados) de los que creía “suyos” le hicieron pensar que era inmune e impune. Siempre pasa. Y, con perdón por el paralelismo -el presidente del Gobierno no es lo mismo, con todo, que el patán futbolero-, quizá un poco coyuntural y forzado, temo que a Pedro Sánchez, si continúa con su actual deriva, acabará ocurriéndole lo mismo: los que le aplauden acabarán propiciando su caída en medio de un estrépito ensordecedor y quizá, como en 2016, impostado: al fin y al cabo, en el “caso Rubiales” se ha llegado a la demasía de acudir a ver si algo como el “pico” es delito... ¡en Australia!, el lugar del “crimen”.

Me encuentro entre los pocos que piensan que, acaso, viendo cómo la cuerda está cerca de romperse, cuando nadie, excepto el sanedrín monclovita más próximo, defiende abiertamente la toma de medidas para dar satisfacción a Puigdemont (y a Esquerra, que compite con Junts para pedir cada día más), Sánchez podría acabar dando marcha atrás en su afán por conseguir la investidura a cualquier precio. La cosa se le está poniendo -mire usted las pancartas en la Diada, mire usted lo que van diciendo los de la “vieja guardia” del PSOE, o tantos juristas, o tantísimos periodistas no incluidos precisamente en el “ala derecha”- muy, muy difícil.

Sí, callan las voces de los diputados, y hasta aplauden, como aplaudían en aquella asamblea de la Federación de Fútbol los mismos que, al día siguiente, denostaban al aplaudido. Pero no veo defensas acérrimas ni de la amnistía ni, menos aún, de un hipotético referéndum de autodeterminación secesionista, ni en los ámbitos más “sanchistas”, ni en las columnas de opinión más cercanas, ni en los círculos jurídicos más afines. Hay, como dice mi compañero Paco Muro de Iscar, un silencio atronador, porque nadie quiere dar un patinazo con unas declaraciones que mañana pueden volverse en su contra: todos son conscientes de que la investidura, como París, bien vale una misa, pero no ir al infierno en el que ha acabado el Rubiales de turno.

Hay argumentaciones constitucionales, legales, tácticas y estratégicas, éticas y estéticas, que aconsejarían rechazar ya las crecientes exigencias del independentismo catalán. Y, si hay que repetir elecciones al grito de “quien defiende la Constitución soy yo, el que ha intentado atraer al prófugo al sistema, aunque sin lograrlo, soy yo”, pues se repiten. Máxime cuando en la Moncloa existe la confianza en que la entente PP-Vox no pasa por su mejor momento y se notaría en las urnas.

No sé, seguramente nada cambiará, porque el carácter de Sánchez evoca siempre la fábula del escorpión y la rana: es su ADN y seguramente acabará, como Rubiales, empecinándose en el trayecto erróneo hasta mucho más allá de lo que sería prudente, palabra esta que casa mal con el talante del presidente del Ejecutivo. Se basa en que, hasta ahora, nada -los indultos, las reformas en el Código Penal, la renovación del Constitucional, la convocatoria de elecciones contraviniendo la letra de la Constitución- le ha pasado factura. No percibe quizá que el campo de batalla se adensa, que las circunstancias son muy otras, que, cuando llueve sobre mojado, son mayores los riegos de inundación. Y entonces, el desastre. Que, claro, no le afectaría solamente a él.

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