Opinión

La “dictadura del encuestariado”

Cualquier director de una empresa demoscópica (menos uno, adivine usted quién) tiene hoy más credibilidad en sus predicciones que todos los políticos juntos. Y mucho más poder e influencia, a mi juicio. Pregunté este viernes a dos de ellos, José Juan Toharia e Ignacio Varela, si nos hallamos ante una “dictadura del encuestariado”, una situación en la que los sondeos pueden llegar a influir decisivamente sobre el voto. No hay pleno acuerdo al respecto entre ellos, pero admiten que influencia, lo que se dice influencia, haberla, hayla.

Muchos ya ni saben si el debate entre candidatos, el famoso “cara a cara”, o el celebrado este jueves entre los portavoces, les gustó o no hasta comprobar que las encuestas apoyan su sensación, quién fue el vencedor, qué temas faltaron, qué grado de empatía tiene uno u otro aspirante a la Moncloa, qué grado de acuerdo entre los “segundones”. La demoscopia, como la economía, como tantas cosas en esta vida, es un estado de espíritu: las encuestas muestran tendencias, pero distan mucho, y ejemplos hay a montones, de ser una ciencia exacta. A ver qué nos dicen tras el “tercer debate”, a tres, el último, el que tendrá a Feijoo como gran ausente: ¿le penaliza o no la silla vacía? Ya casi ni me atrevo a opinar al respecto; a ver qué dicen las encuestas.

Hoy, seguir y comparar los datos que nos ofrecen las numerosas encuestas preelectorales que circulan por ahí es profesión que exige una gran dedicación: cierto que casi todas (menos una, adivine usted cuál) se pronuncian en una dirección, la de una victoria quizá por mayoría absoluta de un bloque de derecha compuesto por una alianza de PP y Vox.

Y no es que las encuestas se hagan mal, aunque muchas veces se realizan con muestras muy bajas, claramente insuficientes para predecir los escaños que pueden repartirse en una provincia

Pero, a partir de ahí, las diferencias son sustanciales: para unas, el PP sube ligeramente gracias al desastroso “cara a cara” de Pedro Sánchez frente a Feijoo; para otras, las aguas siguen estancadas, o casi, pese al traspiés presidencial. Estas aseguran que Vox ascenderá gracias a sus pactos con el PP, pero las de más allá aseveran lo contrario. Alguna da a Yolanda Díaz como casi “presidenciable” en según qué circunstancias, pero no falta la que dice que Sumar es ya casi un fiasco consumado. Para todos los gustos hay. Lo que no se aprecia es que puedan producirse ya vuelcos telúricos en los resultados predecibles. O sí... que dirían los escépticos.

Y no es que las encuestas se hagan mal, aunque muchas veces se realizan con muestras muy bajas, claramente insuficientes para predecir los escaños que pueden repartirse en una provincia; pienso, más bien, que, sometidos, como es el caso, a una continua ducha escocesa por quienes aspiran a representarnos, los ciudadanos estamos, tras una campaña electoral ya casi permanente, hechos un lío. Los expertos Varela y Toharia piensan que el número de indecisos, de quienes aún no han decidido a quién van a votar, no es tan grande como a primera vista podría pensarse. Todo está ya decidido, consumado.

Otros no están tan seguros de ello: estas son las elecciones más extrañas que hayamos vivido porque están impregnadas de numerosos detalles sin precedentes, entre ellos que se producen en lo más tórrido del verano, cuando en Andalucía, por ejemplo, se prohibía votar. Tampoco creo que contribuya a clarificar ideas el hecho de que las líneas maestras de la estrategia de los partidos se centren, simplemente, en asegurar que todo lo que dice el contrario es mentira: ¿así piensan que van a dignificar la imagen de la llamada “clase política”?.

Y conste que no me parece mal este papel orientador que sin duda tienen los sondeos; pienso, incluso, que debería derogarse de una vez esa estúpida prohibición de publicarlos durante la semana previa a la votación

España está, sin duda, polarizada en cerca de un sesenta por ciento; gentes ya instaladas en la dialéctica izquierda-derecha y que de ninguna manera cambiarían su opción. Pero más del treinta por ciento parece querer escapar del encasillamiento bipartidista, y es ese porcentaje, huérfanos de opciones centristas, el que dará la victoria a uno u otro.

Y es ahí donde las encuestas entran decisivamente en el juego: porque la tentación del voto útil sobre el que podríamos llamar “romántico” es un factor que pesa ya a pie de urna. Y conste que no me parece mal este papel orientador que sin duda tienen los sondeos; pienso, incluso, que debería derogarse de una vez esa estúpida prohibición de publicarlos durante la semana previa a la votación. Porque puede que vivamos en una sensación de “dictadura del encuestariado”, como más arriba decía; pero será peor si andamos como ciegos, pendientes del último rumor interesado lanzado por los unos, los otros o los de más allá. No hay peor dictadura que la que se deriva del imperio de los bulos: la “dictadura del mentidero”. Las cosas, cuanto más claras, aunque sean demoscópicas, mejor.

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