Opinión

Virtudes cardinales, atrapadas en la Red

Estamos en una era de dislates, tiempos en los que la vida de un perro parece valer más que la de un ser humano, sobre todo si es africano. O en los que nada menos que un consejero de Sanidad puede insultar públicamente a una mujer moribunda que ha tenido un comportamiento profesional casi heroico. Pero el dislate es colectivo: comentaristas, médicos incluidos, que nada saben de la enfermedad de la que hablan, y menos aún de los protocolos para prevenirla, disertan sin fin acerca de lo que hay que hacer y lo que no, repartiendo premios y culpas a discreción o, mejor, a indiscreción.

Y luego están las redes sociales. No hay cosa peor que caer en las redes de las redes. Que se lo digan a Ana Mato, una ministra que no debería haberlo sido desde el comienzo, pero cuya dimisión, aquí y ahora, en pleno lío de cómo hay que ponerse y quitarse el traje anti-ébola, no hará sino aumentar el caos: quizá por eso, mezclado con un rapto de pánico, no compareció ante los informadores tras el Consejo de Ministros de este viernes. No importa: será fusilada al amanecer en cualquier caso, por no dar la cara, como lo hubiese sido dándola. Que para eso están los tuiteros y los facebookeros.

Soy comunicador, y por ello me preocupa especialmente el uso que algunos, muchos más de lo que sería conveniente, hacen de los 140 caracteres a su disposición, que, en sus manos, se convierten en otros tantos balines contra el honor de las personas, contra el sentido común y, a veces, hasta contra la decencia.

Hay que recuperar urgentemente las tres cosas, honor, sentido común y decencia. Y prudencia, justicia, fortaleza y templanza, virtudes cardinales tan ausentes en este cuarto de hora por estos parajes que frecuentamos. Y es que el verdadero dislate son las propias redes sociales, esa maravillosa autopista de la comunicación, y algunos funcionarios a los que les importa más la gracieta que puedan hacer en unas declaraciones que el bienestar de una mujer que puede presumir de su hoja de servicios sin duda mucho más que el señor consejero de Sanidad de una Comunidad autónoma y que, misteriosamente, aún no ha sido cesado cuando este comentario acaba de escribirse.

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