Opinión

Campaña con muchos elementos y ninguno decisivo

Es muy difícil que los candidatos al inquilinato de La Moncloa puedan cambiar en el último día el curso de la campaña electoral, si no han conseguido ya convencer a la legión de indecisos de que su oferta es la mejor. Los mítines de fin de campaña dan paso a la jornada de reflexión -otro anacronismo de la normativa electoral vigente-, y quien a estas alturas no sepa el destino de su voto, es porque lo va a decidir delante de la mesa electoral. Ya no hay conejos que sacarse de la chistera, ni promesas que realizar para sorprender a los ciudadanos.

En un país que lleva inmerso en una campaña de un año con cuatro procesos electorales sucesivos es difícil desconocer cuáles son las propuestas centrales de cada partido en las cuestiones esenciales a las que se deberá plantar cara en los próximos cuatro años, ni tampoco como ha sido la gobernanza y la labor de la oposición en la legislatura terminada. Y de los nuevos ya se sabe lo que proponen o lo que no mencionan, y sus ambigüedades y su discreción ante la inevitabilidad de los pactos, sea cual sea su formato.

El tiempo político que se avecina, que aparece convulso e inestable y con la incógnita de cómo se va a gestionar un escenario en el que ningún partido contará con una mayoría suficiente como para tratar de gobernar en solitario, ha venido precedido de una campaña electoral que ha sido bastante plana y al mismo tiempo bastante responsable, porque cada partido tenía que atender a varios frentes para arrebatar votos a los contrarios y tratar de contener las fugas de los propios; en la que tan importante era acertar con las críticas a los demás, como no cometer errores al colocar los propios. O limar las aristas más duras del programa para aparecer como un partido moderado; o con más sentido de Estado que el resto al plantear sucesivos pactos que sirvan para normalizar y modernizar el país.

Una buena novedad de la campaña ha sido la celebración de los debates televisados o retransmitidos a través de los nuevos medios de comunicación, en los que la ausencia de Mariano Rajoy y su sustitución en uno de ellos por la vicepresidenta del Gobierno, ha sido la noticia más relevante, puesto que ninguno lo ganó con claridad ni vio sus posibilidades mermadas. Hasta que se produjo el ‘cara a cara’ y el cruce de insultos entre el presidente del Gobierno y Pedro Sánchez.

El atentado de Kabul en el que resultaron muertos dos policías nacionales y que podría haber supuesto un punto de inflexión en el caso de que hubiera sido mal gestionado por el Gobierno fue, por el contrario, un momento de unidad de todas las fuerzas políticas, tradicionales y emergentes, en los criterios de lucha contra el yihadismo, sin que ninguna de ellas haya tratado de aprovechar políticamente la tragedia. Y lo mismo ocurrió cuando Mariano Rajoy sufrió la agresión de un joven con la respuesta unánime de condena y de solidaridad manifestada por todos los líderes políticos con él. Ni tan siquiera el nuevo caso de corrupción que afecta al PP ha convulsionado el panorama.

Ha sido una campaña con muchos sucesos alrededor, pero ninguno decisivo para un cambio masivo de votos.

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