Opinión

Disfunciones en el atlas

La muerte de dos espeleólogos españoles en el Atlas marroquí ha dejado, además de las lógicas consecuencias de la tragedia en las familias de los fallecidos y del otro deportista que salvó su vida, la sensación cierta de que se pudo hacer más en las labores de rescate y salvar la vida de uno de ellos, que murió al cabo de siete días colgado del barranco por el que se despeñaron.

Los expertos consideran que de haberse producido el accidente en otro país, el rescate se habría producido con mayor rapidez y no habría tenido tan trágicas consecuencias. Y en este punto es preciso tener en consideración dos cuestiones bien diferentes aunque conectadas. La primera, la falta de pericia de los equipos de rescate marroquíes en este tipo de sucesos como ha quedado demostrado en esta ocasión. La segunda, las ‘disfunciones’ que se han producido en la gestión del rescate entre las autoridades marroquíes y españolas a la hora de lanzar el operativo. Y son en estas últimas en la que es preciso centrar el foco. Las autoridades españolas se pusieron en contacto con las del país magrebí al que ofrecieron medios y personas para el socorro de los espeleólogos, pero por una soberbia o vanidad mal entendida Marruecos rechazo tanto la ayuda privada como en un primer momento la oficial de agentes de la Guardia Civil y los GEO, que a la postre fueron quienes llegaron hasta ellos y permitieron el rescate con vida de Juan Bolívar y la recuperación del cuerpo de José Antonio Martínez. Es decir, las autoridades marroquíes no se han comportado como se espera de un país amigo para no reconocer sus carencias.

Pero tampoco es de recibo el silencio mantenido por las autoridades españolas ante esa desidia. La primera reacción oficial fue la del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, agradeciendo el “gran esfuerzo” de las autoridades marroquíes y su "buena voluntad y afán de colaboración" pese al retraso en autorizar la presencia de agentes españoles en su suelo, mientras que las familias de los fallecidos mantienen un prudente silencio hasta que les sean entregados los cuerpos de sus familiares por el temor a las represalias de Marruecos, para solo entonces decidirse a contar su apreciación de los hechos. Ambas reacciones son sinónimo de que algo no funciona bien en esas relaciones cuando es preciso andarse con tantos miramientos para no molestar al vecino del sur.

Si pese a la numerosa presencia de miembros de las fuerzas de seguridad y militares de Marruecos en el barranco del Atlas fueron incapaces de resolver el rescate con éxito y agravaron la situación de José Antonio Martínez, se impone que nuestro país ofrezca su colaboración en la formación de expertos para que puedan realizar estas labores con garantías.

Por otra parte, cuando se producen este tipo de accidentes en la práctica de deportes de riesgo siempre hay quien trata de culpar a las víctimas por su temeridad, o por poner en riesgo a quien tiene que ir a rescatarlos, o por el coste económico. Los buenos deportistas suelen estar federados y su seguro cubierto, y quienes ponen en cuestión su libertad para realizar este tipo de actividades suelen ser los mismos que protestan cuando se limitan otras actividades cotidianas nocivas para la salud y más onerosas para el erario.

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