Opinión

División de opiniones

Como todos los años, el mensaje navideño del rey Felipe VI ha suscitado reacciones encontradas, que no son, ni más ni menos, que las de los años precedentes, con  dos bloques: el formado por PP, PSOE y Ciudadanos, que destacan los aspectos positivos de su alocución y sus alusiones al respeto de la legalidad y su preocupación por los problemas de los ciudadanos; y el de los otros partidos, Podemos y nacionalistas e independentistas, y quienes subrayan su falta de concreción a la hora de señalar a los responsables de los problemas que aborda, su olvido de algunas cuestiones fundamentales en la vida nacional como la corrupción -en un año que ha sido pródigo en juicios por esa causa-, la violencia de género, y en el caso del problema territorial porque nacionalistas e independentistas consideran que cualquier alusión a la ley, a la unidad nacional, a la soberanía de todos y al patrimonio común es un ataque a sus intereses políticos disgregadores o muy ligados a los intereses del gobierno de turno, a pesar de que se trata de su discurso más personal.  

 Dado que las reacciones de unos y otros son perfectamente previsibles se las podrían ahorrar, porque los ciudadanos ya saben cuáles van a ser, entre el aplauso y la crítica feroz sea cual sea su contenido. Una alocución que Felipe VI varía en función de lo que ha pasado a lo largo del año y de las expectativas del siguiente, unas veces más centrado en la situación política, otras en la económica, pero siempre con el denominador común de apelar al consenso y el diálogo, al acuerdo y al respeto de la ley para resolver los problemas.

El mensaje del rey puede dejar también un poso de decepción en quienes desearían una mayor contundencia en su discurso, a pesar de que sus alusiones a distintas situaciones son perfectamente identificables, como en el caso de Cataluña, con las advertencias sobre las consecuencias de los “enfrentamientos estériles” derivados de la vulneración de las leyes, mientras que a otros les resultan insuficientes las continuas apelaciones al reconocimiento de la diversidad sobre la que se asienta la unidad de España.

Sin embargo, el lenguaje del rey se hace más críptico a la hora de abordar no ya los problemas sociales, que constituyeron uno de los ejes de su intervención, sino a la ausencia de deberes a quienes tienen que comenzar a “corregir las desigualdades” y “fortalecer la cohesión social”, toda vez que da por iniciada la recuperación de la crisis económica y su secuela de “grandes sacrificios”, del mismo modo que no ha quedado claro en su discurso a que se refiere cuando pidió profundizar “en una España de brazos abiertos y manos tendidas, donde nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas”, cuando la mejor forma para que esto no ocurra es, al igual que en otros casos, el cumplimiento de las leyes vigentes, que las hay también para resolver situaciones que aún están pendientes y que no se han solucionado por falta de voluntad política, como los crímenes del franquismo, que en ningún caso suponen reabrir nada sino hacer justicia.    

En cualquier caso la intervención navideña del rey no puede salirse de los estrechos márgenes en los que se tiene que mover, y cumple con su misión de insistir en la confianza en un futuro mejor basado en la preservación de la convivencia y la vigencia de las leyes. 

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