Opinión

El experimento de Túnez

Túnez fue el país en el que comenzó a despertar la primavera árabe. Le siguieron otros más grandes en el norte de África que hicieron albergar muchas esperanzas sobre el futuro democrático de sus pueblos. Pero las ilusiones de primera hora se fueron diluyendo porque en algunos de esos procesos acabaron triunfando los enemigos de la democracia que habían estado sojuzgados bajo las dictaduras imperantes o acabaron con la descomposición del Estado como en Libia, o en la vuelta a la dictadura militar como en Egipto. Túnez entretanto lograba sacar adelante sus elecciones democráticas y los partidos laicos lograban superar a los islamistas y mantener la esencia de su proyecto inicial.
Pero Túnez es una democracia muy joven, a la que le falta asentarse y conseguir la fortaleza que le permita superar cualquier tipo de ataque o amenaza terrorista.  Para una democracia el terrorismo es un gravísimo problema, para el que la única solución es la unidad de acción de todos los partidos que la defienden y la decisión popular de no dejarse arrebatar el futuro por quienes quieren devolverles a situaciones superadas.  Dada la juventud de su sistema parlamentario  es prioritario que la Unión Europea se ponga a disposición del gobierno tunecino para atender sus necesidades de todo tipo para evitar que caiga en manos de los yihadistas y que sus ciudadanos queden abandonados a su suerte en este periodo de transición democrática en el que se juntan los ataques terroristas de los islamistas con una crisis económica que no acaba de superar y que ahora puede verse acentuada si se reduce la llegada de turistas tras el atentado contra el Parlamento y el Museo del Bardo.  
España ha enviado a Túnez a dos policías expertos en la lucha contra el terrorismo islamista. Es una decisión adecuada dado que dos de las víctimas mortales son españolas, pero Túnez necesita algo más que ese gesto,  porque el problema es de mayor gravedad y supone que el terrorismo yihadista se acerca cada vez más a las fronteras europeas y es previsible que en un futuro  no muy lejano sea preciso otro tipo de intervenciones para garantizar la estabilidad de la zona en la que está en juego el futuro de los países del norte de África.  Si en su momento la Unión Europea y todo Occidente se benefició de los dictadores norteafricanos para sus intereses geoestratégicos, ahora debe ayudar a esas precarias democracias, donde existen, para que no acaben siendo destruidas por el avance islamista que ven en Túnez el enemigo a batir por cuanto ha sido el único país en el que el laicismo ha logrado frenar a quienes quieren imponer su religión como forma de vida.
El hecho de que Túnez sea uno de los mayores proveedores de milicianos para las filas del Estado Islámico en Siria e Iraq, la serie de atentados que ha sufrido contra sus fuerzas de seguridad en el último año y la situación en Libia, partida en dos y sin solución de acuerdo entre las partes, junto con la inestabilidad en Argelia, sitúan en una posición muy delicada al  gobierno de coalición tunecino entre el partido laico que ganó las elecciones, Nida Tunis y los islamistas moderados de Ennhada. Y la Unión Europea no puede dejar que fracase el experimento de Túnez.     

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