Opinión

Negación de la evidencia

Las diferencias entre el “cara a cara” televisado la noche del lunes entre los candidatos a la presidencia del Gobierno del PP y del PSOE, y el que mantuvieron el jefe del Ejecutivo y el líder de la oposición en el último debate sobre el estado de la Nación fueron escasas en cuanto al fondo aunque con formas más desabridas. La gran diferencia es la audiencia. Mientras que esas sesiones del pleno del Congreso tienen una proyección limitada, el lunes había ante la televisión más de nueve millones de personas y no se pueden dejar pasar las menciones a la corrupción a humo de pajas. En esa ocasión Rajoy no perdió la oportunidad de ridiculizar a Pedro Sánchez y le dijo que “carecía de nivel” y le mandó que “no volviera por el Congreso”. Ante las cámaras de televisión el secretario general de los socialistas le recordó que no ha habido asunción de responsabilidades políticas al máximo nivel por los casos de corrupción por los que está siendo investigado el Partido Popular.

El espectáculo del enfrentamiento no fue edificante pero sí ilustrativo acerca del segundo problema que los ciudadanos ven más acuciante de resolver, a la espera de que las leyes anticorrupción aprobadas recientemente comiencen a dar sus frutos. Como los tiempos políticos y los judiciales son distintos habrá que esperar a las sentencias, pero en este caso hay quien apela a su limpieza y quien a la presunción de inocencia.

Más que en presentar propuestas, el presidente del Gobierno trató durante gran parte de su tiempo de negar la evidencia de la existencia de recortes en todos los ámbitos de los servicios sociales y las consecuencias implícitas en el rescate financiero. Cayó en el error de volver a enrocarse en las cifras macroeconómicas y volvió a dejar al descubierto el flanco de la empatía con las personas que se han visto crujidas por la crisis, parados, dependientes, trabajadores en precario, o el aumento de la desigualdad.

Mariano Rajoy no tenía fácil el camino de las promesas. Basta recordar las que hizo en el “cara a cara” con Rubalcaba –“no subiré impuestos, no pediré el rescate, no habrá banco malo, no recortaré servicios sociales”-, para que sobre ellas hubiera caído un manto de escepticismo. Más, si Bruselas está acechante y pide una vuelta de tuerca en reforma laboral y austeridad. Y ya no tendrá la excusa de la herencia recibida. Pero la Comisión también acechará a Sánchez si llega al Gobierno, y ya le advirtió Rajoy con claridad que recordara lo que le ha pasado a Grecia.

Mariano Rajoy trató de descolocar al candidato socialista con el expediente catalán y su equidistancia en el reparto de responsabilidades, pero se demostró que en lo esencial -soberanía nacional, unidad de España e imperio de la ley- ambos están de acuerdo. Pero Sánchez va un paso más allá para romper la evidencia del inmovilismo de Rajoy al proponer el diálogo como método de resolver el conflicto, con estación término en una reforma constitucional a la que el presidente del Gobierno ni se refirió, a pesar de que el resto de sus oponentes –alguno de los cuales le tendrá que brindar apoyo para que pueda gobernar si gana las elecciones- ven en ella un motivo para revitalizar y regenerar la vida política nacional.

Puede que el debate de ayer fuera uno de los últimos coletazos del bipartidismo PSOE-PP, pero desde luego se resisten a no morir matando.

Te puede interesar