Opinión

Que no sea en vano

La ausencia de partes médicos sobre su estado de salud impedía conocer como evolucionaba su enfermedad, si se encontraba consciente y en este caso si conocía la muerte reciente de otros dos de sus compañeros en el hospital San José de Monrovia, la monja Pascaline Chantal y el religioso George Combey, compañeros de Miguel Pajares, y como él infectados por el virus del ébola por cuidar de los afectados por la enfermedad que llegaron a su hospital. Conocer su muerte le habría apenado y la pena también deprime el sistema inmunológico: sin su funcionamiento adecuado es más difícil sobreponerse a la enfermedad. Ellos no tuvieron la suerte de pertenecer a un país que pudiera repatriarlos para intentar salvar sus vidas.

El religioso Miguel Pajares ha recibido toda la atención médica que ha precisado en España porque era ciudadano de un país desarrollado que tiene entre sus obligaciones la protección de todos y cada uno de ellos allí donde se encuentren, sean misioneros, cooperantes, empresarios o turistas que recaban ayuda a través de la legaciones diplomáticas. El Gobierno, en casos extremos, pone en marcha actuaciones de carácter extraordinario para salvar sus vidas. Los ejemplos están en el recuerdo de todos, desde los tripulantes del “Alakrana” a los cooperantes secuestrados en Mauritania o Kenia, o a los encarcelados por delitos comunes en cualquier prisión del mundo.

Un cóctel de desinformación, insensibilidad y miedo está en el origen de las polémicas que han rodeado la traída a España de Miguel Pajares y ninguno de sus tres ingredientes –de manera especial el segundo- son para sentirse satisfechos por las reacciones que ha tenido una parte de la ciudadanía al criticar el proceder del Gobierno. Sobre los otros dos, las autoridades sanitarias españolas e internacionales advierten del escaso riesgo de contagio que el virus puede tener para una población como la española y más si los protocolos de prevención comienzan a aplicarse en toda su extensión.

La muerte del religioso Miguel Pajares debe dejar una serie de enseñanzas para el presente y el futuro inmediato como la necesidad de que España vuelva a contar con un hospital de referencia en enfermedades infecciosas como era el Carlos III, con todo el personal sanitario perfectamente capacitado y entrenado para atender epidemias y pandemias, con los medios y servicios necesarios para hacerlas frente y para ofrecer a los ciudadanos la seguridad que da contar con un centro de esas características. Se da la paradoja de que tras su desmantelamiento para su conversión en un hospital de media estancia, el pasado mes de abril se le designó como hospital de referencia para el ébola, ante el convencimiento de las autoridades sanitarias madrileñas de que no tendría que entrar en acción. No ha sido esa la realidad.

Ahora es preciso realizar una labor de prevención y pedagogía que contribuya a desterrar el miedo taponando cualquier posible vía de entrada del virus -y no parece que hasta el momento el peligro provenga de los inmigrantes que tratan de alcanzar las costas españolas- con una actuación rápida ante la menor sospecha de presencia de la enfermedad y sobre todo con ayuda a los países africanos para que se detenga la propagación del virus.

Te puede interesar