Opinión

Sensación de fin de ciclo

Se acabó el veraneo político con las reuniones de las ejecutivas de los partidos y el debate extraordinario, por inusual, de los Presupuestos Generales del Estado y se ha instalado una sensación de fin de ciclo que ya se conoce por anteriores situaciones similares, en las que está a punto de producirse un cambio político, que en este caso no tiene por qué suponer un cambio en el Gobierno, aunque las espadas están en alto, y puede que quien gane no gobierne.

Uno de los principales indicios de esa sensación es el desconcierto y el subsiguiente atropello de propuestas, con contradicciones incluidas por parte del partido que pone en juego la presidencia del Gobierno, que se ve obligado a intentar la cuadratura del círculo y compaginar una serie de iniciativas que resultan antagónicas dado que se trata de contentar de forma simultánea a los sectores más conservadores y a los más centrados, a la vez que se trata de sacar de la abstención a quienes les retiraron su apoyo electoral, por lo que las rectificaciones sobre la marcha son frecuentes hasta el punto de que los mensajes no acaban por llegar con nitidez a la ciudadanía o lo hacen envueltos en la polémica. Porque también se trata de enmascarar que las nuevas propuestas van en la dirección contraria a las decisiones adoptadas con anterioridad.

Los populares acaban de dar muestras suficientes de su estado de ánimo con su frenazo y marcha acerca de la reforma constitucional, a la que se sumó a regañadientes para luego declarar que no figurará en su programa electoral y que, como mucho, está dispuesto a aceptar su reforma en los cuatro puntos que ya propuso hace doce años Rodríguez Zapatero, con la consiguiente pérdida de todo ese tiempo en el que Mariano Rajoy estaba intentando, primero, consolidar su liderazgo, para luego realizar una labor de oposición que no le permitía pensar en un proceso de consenso, que quizá hubiera servido para mitigar alguna de las tensiones existentes.

Del mismo modo, los vaivenes sobre la atención sanitaria a los inmigrantes sin papeles, con la rebelión de las propias comunidades autónomas gobernadas por el PP, las amenazas de sanciones luego cambiadas por un registro que provoca el rechazo de quienes no aceptan otra alternativa que no sea la vuelta a la situación anterior a que fueran despojados de este derecho, transmite la idea de desbandada de los ‘barones’ regionales, porque sufren el peor síntoma del cambio de ciclo: ya no dicen todos lo mismo en todos los lugares en su búsqueda del voto perdido.

En la oposición, entre tanto, se perfilan sucesivos programas de gobierno como el esbozado por Pedro Sánchez en el debate presupuestario, y se apaciguan los ánimos internos para no perjudicar las expectativas de cambio a la espera de los resultados electorales, porque no hay nada que desgate más que la estancia en los escaños de la oposición.

Un fin de ciclo, en el que se acaba una mayoría absoluta, está ligado a la política de alianzas, de las que nadie quiere saber nada pero que son la estación término inevitable. A la izquierda le queda el PSOE o la ‘pinza’, y a la derecha Ciudadanos y casi nada con los nacionalistas.

Y todo ello con Cataluña al fondo.

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