Opinión

Tregua navideña

Las treguas navideñas suelen durar poco. Apenas un par de días antes de que se reanuden las escaramuzas con mayor intensidad. El discurso navideño del rey Felipe VI impuso un armisticio porque detalló un panorama que es manifiestamente mejorable sin señalar cómo se ha llegado hasta aquí de tal forma que las partes concernidas puedan pensar que el mensaje real se refería a las otras a las que de forma subliminal se hacía responsable del deterioro institucional que se vive en los últimos años.

El rey puede sentirse satisfecho porque en esta ocasión ha elaborado un discurso con más poso que en ocasiones anteriores. Pero a la vista de las reacciones a sus palabras no puede sentir más que melancolía: una vez más habrán caído en terreno baldío. Los dirigentes del PSOE y el PP que han elogiado sus referencias a la necesidad de fotalecer la convivencia, la apelación a la concordia y al espíritu que permitió redactar la Constitución de 1978 se olvidarán de ellas hoy mismo cuando realicen el balance del año que termina y vuelvan a cruzarse recriminaciones y a recordarse que con los líderes actuales de esos partidos no hay posibilidad de entendimiento.

Que desde otras formaciones republicanas, nacionalistas o independentistas se desprecie el mensaje navideño por proceder de una institución a la que no reconocen legitimidad democrática es una acción de guerrillas que rompe la tregua sin mayores consecuencias, dado que son los mismos argumentos intercambiables con los de otros años. Y por mucho que se afirme que en el Gobierno hay partidos que quieren acabar con la Corona o que incluso Pedro Sánchez estaría realizando una labor de zapa contra el rey, lo cierto es que la institución goza de buena salud, protegida por los partidos mayoritarios y con Felipe VI empeñado en que la Monaraquía recupere el prestigio por la vía de la ejemplaridad y la transparencia.

Con sus advertencias sobre la creciente división social, o la necesidad de preservar los logros conseguidos a lo largo de los años de democracia, el rey ha llegado hasta donde puede llegar. Hay quien reclama a Felipe VI que se implique más en la resolución de los problemas que ha diagnosticado. Que ejerza con neutralidad las funciones de arbitro y moderador que le confieren la Constitución. Sería correr un riesgo excesivo cuando es a los partidos políticos a los que corresponde resolver la situación que ellos mismos han creado, cuando no hay equidistancia posible

Porque “la erosión de las instituciones”, que fue una de las mayores preocupaciones manifestadas por Felipe VI en su alocución, tiene un origen y unos responsables que de haber actuado de otra manera, sin negar la legitimidad del gobierno, sin tratar de derribarlo en mitad de una pandemia, o bloqueando las renovaciones del órgano de gobierno de los jueces y del tribunal de garantías, no se habría llegado al punto de crispación política actual, que afortunadamente no se traduce en un incremento de la tensión social, al haber funcionado de forma razonable las medidas de protección social ante las sucesivas crisis provocadas por la pandemia y la guerra de Ucrania. Y con la ayuda de Europa a la que se refirió el rey como nuestro “marco de referencia político, económico y social”.

Si Felipe VI no habló de su padre, ni del problema catalán quizá sea porque son dos asuntos que, sin dejar de reconocer su gravedad, se encuentran en este momento bajo control.

Te puede interesar