Opinión

Un debate verdadero

No ha sido una farsa, ni un debate chusco, sino una sesión parlamentaria de altura. La moción de censura planteada por Podemos contra Mariano Rajoy y Pablo Iglesias como candidato alternativo, ha tenido altura, argumentos, réplicas y contrarréplicas interesantes y la ironía propia de Rajoy que ha bajado a la arena a defender su gestión.

La extensión de las intervenciones de los promotores de la moción de censura, primero la portavoz parlamentaria, Irene Montero, y luego del candidato, Pablo Iglesias, estuvo en consonancia con la importancia que este partido ha dado a su iniciativa y ha roto los esquemas de la bancada del Partido Popular e incluso del Gobierno, algunos de cuyos miembros han hecho gala de una imprevista mala educación política y democrática para la importancia de lo que se dilucidaba y pese a tener un ministro reprobado por el Congreso y a otro en puertas por la amnistía fiscal vapuleada por el Tribunal Constitucional.  

La corrupción es el talón de Aquiles del Partido Popular y del Gobierno y hacia él han dirigido sus flechas los portavoces de Podemos. Llevaba razón Pablo Iglesias en las once medidas urgentes que propuso para acabar con ella de las que dijo que no tenían sesgo ideológico sino que eran de "sentido común" y es difícil no suscribirlas. En efecto tenían bastante sentido común y las mayorías alternativas que se pueden dar en el Congreso podrían impulsarlas y se podrían poner en práctica "mañana mismo” como dijo Igleesias, para responder a la necesidad imperiosa de defender la democracia.

Pablo Iglesias rehuyó realizar un debate excesivamente ideologizado, y afirmó que sus propuestas eran sino "transversales" que podrían ser asumidas por otras fuerzas políticas. Lejos de actuar con la prepotencia de otras ocasiones, pese a ser excesivamente prolijo, las realizó con un cierto grado de humildad. Para la defensa de su moción utilizó datos, recomendaciones y consideraciones realizadas por organismos europeos y financieros españoles, para poner de manifiesto las consecuencias de la corrupción o de los vientos de cola que favorecieron el crecimiento económico llegado de fuera. Su proyecto supondría poner boca abajo toda la política de privatizaciones y reformas laborales y económicas realizadas por el Gobierno en las que Rajoy cifra el desarrollo económico.
Pablo Iglesias, con su discurso, puede estar más cerca, de cara al futuro, del Felipe González contra Adolfo Suárez que del Antonio Hernández Mancha contra González. No es mal resultado para  una moción ineficaz.

Al PSOE al que ha apelado para construir un futuro juntos, “la alternativa portuguesa”, caerá en saco roto porque la historia es también inexorable y Podemos perdió la oportunidad de que algunas de sus propuestas estuvieran ya en marcha.
Y como colofón el debate territorial, la necesidad de fusionar legalidad y la legitimidad respecto a Cataluña y la culpabilización al PP de la situación por su incapacidad de comprender lo que es España. Aquí Pablo Iglesias mantiene la ambigüedad. Acertado en el análisis histórico marra en apoyar la solución que se propone desde el Govern catalán.

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