Opinión

Una derrota es una derrota

Desde que Felipe González en 1996 calificó su pérdida del poder a manos de José María Aznar como “una dulce derrota”, el concepto ha hecho mucho daño para justificar lo injustificable y enmascarar unos malos resultados. Pero una derrota es una derrota y en estas elecciones europeas, autonómicas y municipales ha habido dos perdedores objetivos y un perdedor moral. La victoria del PSOE en las elecciones europeas ha sido mayor de la que pronosticaban las encuestas y se ha convertido en el grupo mayoritario de la socialdemocracia en el Parlamento Europeo. El mapa autonómico se ha teñido de rojo porque los socialistas han vencido en diez de las doce comunidades autónomas en las que se celebraban elecciones y porque ha recuperado poder municipal en muchas grandes ciudades a costa, sobre todo, de los alcaldes del cambio.

El principal derrotado ha sido el Partido Popular que ha logrado enmascarar su fracaso y el declive de su apoyo en casi todas las regiones con su triunfo en Madrid, comunidad y ayuntamiento. Un declive en apoyos respecto a hace cuatro años en el poder territorial, continuación del sufrido el 28-A, a pesar de que a Pablo Casado le permita mantener la dirección de su partido porque a su alrededor no ha habido ningún “barón” que haya podido sacar la cabeza con soltura. Ni el “deseado” por algunos sectores del partido, el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, puede presentar cartas credenciales después del baño recibido en las principales ciudades gallegas. A Casado le ha salido bien la apuesta en Madrid del mismo modo que le ha salido mal a Pedro Sánchez en el Ayuntamiento de la capital. Pero Madrid no sirve para suplir todo lo que el PP se ha dejado por el camino, por mucho que “la batalla de Madrid” tuviera una relevancia especial. Tanta que será necesario el concurso de Vox para completarla en ambas instituciones. Y ambos partidos parecen dispuestos a terminar de blanquear al partido de ultraderecha para conseguir sus objetivos, aunque sea a costa de darle entrada en sus gobiernos.

El segundo gran perdedor fue Podemos, como nombre genérico a la izquierda del PSOE, que incluye al partido de Pablo Iglesias, IU, confluencias, y los desgajados en Madrid que han hecho todo lo posible por regalarle la victoria el PP cuanto más fácil tenían la continuación de Manuela Carmena y la recuperación de la Comunidad de Madrid. Además de perder los “ayuntamientos del cambio” –excepto Cádiz- les toca desempeñar un papel todavía más subalterno como apoyo al PSOE para que la izquierda gobierne en varias comunidades autónomas, y su caída ha facilitado la mayoría absoluta del partido de Pedro Sánchez en unos casos, y en otros impedirá la formación de mayorías progresistas. Por no hablar de que ha perdido papeletas para entrar en el Gobierno de la Nación.

Ciudadanos es el perdedor moral de los comicios porque no ha conseguido su objetivo principal al que se lo jugó todo, el sorpasso al PP en términos absolutos, o al menos alguna victoria relativa como apuntaban los resultados de las elecciones generales. Ni una cosa ni otra. Partido bisagra que tiene que decidir entre acabar con el monopolio del PP en algunas comunidades autónomas en las que lleva varios quinquenios de gobierno ininterrumpido aliándose con el PSOE, o con Vox para permitir su continuidad. Rivera se ha puesto a pensárselo.

Te puede interesar