Opinión

Gárgaras

Si mandamos a alguien a hacer gárgaras le estaremos haciendo un favor. Ni el coronavirus, con su microscópica sapiencia, hubiese imaginado que íbamos a desarbolar sus nocivos efectos psicológicos con un simple masaje de garganta.

Y así es. Resulta que al hacer gárgaras contenemos la respiración, nos relajamos y tranquilizamos el corazón. Todo esto unido, nos lleva a un estado de serenidad que va más allá del cuarto de baño. Yo lo he probado y les aseguro que hasta llegar al salón he notado como que flotaba por el pasillo.

Luego me vine arriba y me llevé un pequeño termo a la calle, y a la que me sentía ansioso, lo destapaba, echaba un trago y con todo el disimulo que permite la inclinación de cabeza, me hacía mis gárgaras y acababa tragando el agua (terapia, sí, pero con civismo).

Más fácil lo tenía al pasear por un parque o cuando tenía un baño cerca. En esos lugares mis colutorios eran de ciclo completo, con gorgoritos incluidos. Absoluto mindfulness. La experiencia se convertía entonces en un magnífico trance de bienestar que me duraba horas y me protegía, incluso, contra los telediarios y sus apoyos gráficos, llenos como están de coronavirus gigantes y catastróficas estadísticas del tamaño de los presentadores.

Como digo, desde que he descubierto las gárgaras y su efecto balsámico las he incorporado a mi botiquín de primeros auxilios psicológicos. Pero no me atrevo a recomendarlas. Dicho así, de buenas a primeras, podría interpretarse mal, y con lo susceptibles que estamos no quiero sugerírselo a nadie sin tener bien argumentada mi propuesta.

Necesitamos más pedagogía pandémica. Todo esfuerzo es poco para serenar el tránsito hacia el nuevo año. Y eso que los ejemplos didácticos no faltan: Trump, sin ir más lejos, cuando nos ilustró sobre el uso de la lejía, o Putin, al darnos a conocer que vacunó a su hija con el Sputnik V; de lo primero nada se supo sobre posibles ensayos clínicos y de lo segundo, al parecer, la chica superó una febrícula y ahora tiene “anticuerpos altos” (no sé si refieren a la estatura).

Pero es bueno dar que hablar. Anestesiados como estamos por la cruel realidad, necesitamos noticias que nos descoloquen el intelecto; a fin de cuentas, eso es lo que hace la anestesia con nuestras redes neuronales. Por lo tanto, hemos de primar sensaciones sobre informaciones. Que la víscera roja supere a la gris. Guardemos el arco iris hasta primavera y los aplausos para cuando volvamos a la ópera, y mientras tanto vayámonos a hacer gárgaras tantas veces como queramos. Eso sí, siempre con agua fresca y canturreando algo, para que la rutina se nos haga amena y la fuerza nos acompañe. Que ya queda menos; que estamos saliendo; que casi lo hemos superado. ¡Ánimo España!… Mejor me voy a enjuagar. 

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