Opinión

Guardacolas

Ya podemos pensar que el dinero lo puede todo, ahora que también se nos permite comprar espacio y tiempo en las colas.

En realidad, el fenómeno de los “guardacolas” no es nuevo, surgió en los Estados Unidos -como la mayoría de las cosas a uno y otro lado del Edén-, primero como un gran negocio para las empresas consultoras que no querían perderse lo que se cocía en el Congreso o en el Tribunal Supremo, en Washington, y actualmente la moda se ha extendido a actividades como conciertos, encuentros con estrellas de cine, presentaciones y acontecimientos por el estilo, en los que, para tener tu segundo de gloria junto al ídolo debes emplearte a fondo. Y “emplearse a fondo” significa horas o días de espera y exponerse a inclemencias de todo tipo.

Pero todo eso se ha superado. Por unos 40 euros la hora puedes poner un “guardacolas” en tu vida. Lejos de parecer una anécdota, esta modalidad se ha convertido en una profesión y ya hay empresas con personal adscrito que se dedica -silla plegable en mano o tienda de campaña, según se requiera-, a esperar pacientemente en la fila y mantener informado al cliente para que llegue justo a tiempo, ocupe su lugar y corone la cumbre fresco como una lechuga. 

¡Qué comodidad! ¡Cuánta hermosura de avances!

Porque, claro, uno podría pensar que, hoy en día, con nuestra vida dependiente de las pantallas, nada es posible fuera del mundo digital. Pero no. Las colas todavía respiran ese aroma de antaño a alquitrán y polvo, a baldosas y hormigas, a una especie de selva ancestral por la que transitamos sin querer que cambie el anacronismo de la espera. Frente a esto poco tiene que hacer el “clic” de una reserva online con su bombardeo colorido de reclamos. Una cola siempre será una cola...   

Precisamente, ahí reside el encanto: en la comunicación que no tienen las llamadas “redes sociales”, esas que te atrapan en un cardumen dispuesto a devorarte entre lo impersonal. Pero las colas, no. Ellas conservan el tesoro de una tertulia improvisada, y, presenciales o a distancia, mantienen viva la esencia del ser humano, esa que nos permite dialogar utilizando nuestra inteligencia y nuestro aparato fonador, sin que intermedie otra tecnología.

Pronto los “guardacolas” serán imprescindibles, con su innovación de inquilinos de tiempo. En la vida instantánea que llevamos, donde un minuto está formado por sesenta viejos segundos, quien tenga la clave para estirar el tiempo dominará el mundo. Y nosotros, cuando nos toque el turno y paguemos el servicio, pensaremos que además de contribuir a la economía habremos dado un pequeño paso, de apenas unos metros, sí, pero un gran salto entre la humanidad de la fila. Eso sí, sin colarnos.

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