Opinión

Ahorcar al Rey, libertad de expresión; la piñata de Sánchez, delito de odio

Está claro: quemar o destruir y mancillar los símbolos del Estado o injuriar al rey es legítimo ejercicio de la libertad de expresión, pero, como le imponen sus socios al doctor Sánchez, eso y todo cuando se inscriba o relaciones con este tipo de actos, o la exaltación del terrorismo, máximo si forma parte del repertorio musical de algún sujeto. Pero estamos en ello. En cambio, una piñata de Pedro Sánchez es un grave delito de odio que debe ser perseguido con todos los instrumentos legales. Pero preparar una guillotina para Rajoy era una alegre alegoría. Tampoco son admisibles toda caricatura, broma o creación en las redes que no respete la sagrada efigie de la camarada planchadora Yolanda Díaz y debe prohibirse. Sin la menor duda.

Tanto los extremistas de Sortu, que ahorcan y derriban la figura del jefe del Estado con notable realismo, como los extremistas de las juventudes de Vox, hacen lo mismo, pero no parece igual que los alevines de un consocio destacado del “Gobierno de Progreso” gasten estas bromas que las malvadas ocurrencias de los alevines de la extrema derecha. A unos nos parecen que unos y otros pertenecen a la misma tribu primitiva. La misma. Las protestas de destacadas “miembras” del Gobierno del progreso han marcado el escándalo causado al ver tan mal tratado a Sánchez, pero no se sabe que hayan abierto sus ilustres bocas por las bromas de las milicias de Sortu, que son la vanguardia de ese gran partido democrático que es Bildu. De todo esto, lo que más gracia tiene es la protesta de la siempre impecable Yolanda Díaz, que desde que se retrató planchando se presta a ello. La caricatura política española ha tenido en todo tiempo larga tradición desde la II República, y en ese sentido, hasta en tiempos de Franco, pese a sus frecuentes secuestros La Codorniz siguió ofreciéndonos excelente muestras de humor, luego seguidas por El Cocodrilo, El Papus o El Jueves.

Lo que aquí tratamos de señalar es ese doble rasero de los partidarios de Sánchez o de la camarada Díaz considerando para ellos ofensivo lo que para otros se admite y tolera. Salvo alguna que otra excepción, la Casa Real ha aceptado los chistes, viñetas, caricaturas e historietas que toman como protagonistas a sus miembros, cuyo exponente se resume en el libro recopilatorio “Tocando los Borbones”, antología de las caricaturas publicadas por el semanario El Jueves. Ahora bien, una cosa es una caricatura humorística y otro el ataque personal. El tratamiento de la figura del rey se puede extender a la ministra Díaz o al presidente Sánchez, por cuanto, especialmente para los segundos, se quieren entender ofensivas las caricaturas, alegorías o la famosa piñata.

En ese sentido, es ya abundantísima la jurisprudencia del Supremo, del Constitucional y el de Derechos Humanos, que con frecuencia ha sido recurso de personajes de la política para pretender impedir las criticas mordaces contra ellos mismos. Y en ese sentido se debe recordar que cuanto más arriba se está en la pirámide de poder, a mayor sometimiento el control, el escrutinio y la crítica pública, según la doctrina del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Así que ni la piñata de Sánchez ni las caricaturas de la Díaz pueden considerarse ni delitos de odio ni vulneración de los límites de la libertad de expresión. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, señala que “la libertad de expresión constituye uno de los fundamentos esenciales de la sociedad, una de las condiciones básicas de su progreso y del desarrollo de la persona y que no sólo se aplica a las informaciones o ideas recibidas favorablemente o consideradas inofensivas o indiferentes, sino también a las que ofenden, chocan o molestan”. Ahora bien, la libertad de expresión tiene límites pues la Constitución no ampara ni reconoce un pretendido derecho al insulto. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos considera necesario sancionar y prevenir las formas de expresión que propaguen, inciten, promuevan o justifiquen el odio basado en la intolerancia. Pero no es este caso, aunque tampoco nos guste lo que hace Sortu.

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