Opinión

La censura y las vedettes de Auria

Vedettes de Auria.
photo_camera Vedettes de Auria.

Varias veces, en este repositorio de recuerdos ourensanos les he hablado de Auria desde mis propias vivencias vividas, que siempre es perspectiva más segura que lo que se lee o se cuenta. Yo tenía la suerte de disponer de un pase de entrada libre, ya que por ser redactor-locutor de Radio Popular tenía un acuerdo con los propietarios: yo entrevistaba a todos los artistas que actuaban allí y lo emitía en la radio, de modo que le servía de publicidad y reclamo. Con los famosos no hacía tanta falta, pero ayudaba a los menos conocidos a que se supiera de ellos. Era un compromiso, pero yo me las arreglaba para ir incluyendo en los diversos programas aquellas entrevistas. Aparte de las orquestas y los cantantes de la época formaban parte del programa con función propia vedettes y cantantes de menos relieve. En la perspectiva de mi experiencia recuerdo que eran personajes humanamente muy interesantes. Las vedettes y las artistas del segundo escalón eran de dos tipos: las que empezaban y querían triunfar y las que iban ya de vuelta de su carrera. Las primeras no eran tan expresivas, en cuanto a la función, como las de “La Bilbaina”, entre cuyas reinas recordadas sobresale la vilagarcíana Pola Cunard que luciera sus encantos por todas las plazas de España, de la que ya he hablado y hablaré porque merece ser recordada.

En aquellos tiempos en que yo era asiduo de Auria, por motivos profesionales y sociales, que se diría ahora, el atuendo de las vedettes estaba sometido a un riguroso código de censura que ejercía uno de los propietarios de la sala, de la familia Blanco, que, tras examinar las fotos de sus contratadas les subía o les bajaba, según el caso, adecuados cambios en la ropa de sala, lo que me imagino que obligaba a las pobres a añadir o reponer aspectos de sus modelos. Recuerdo con especial ternura a las que ya empezaban a tener años y recorrido y las que querían empezar. Lamento no conservar aquellas entrevistas, hoy humanamente memorables. Nótese que Radio Popular, la emisora en la que yo trabajaba era de la Iglesia y obviamente, aparte de la censura de la época, y pese a la variedad de nuestros programas, era preciso ser cauto. ¿Dónde encajas la entrevista con una vedette? Pues yo lo hacía.

Si yo entrevistaba a Mari Trini, al Dúo Dinámico, a Basilio, a Miguel Ríos, a Voces Amigas, a los Tres Sudamericanos, a los Tres de Castilla, a los Mismos, a Julio Iglesias, a Karina, Juan y Junior o a cualquiera otra de aquel tiempo, la cosa era fácil; pero lo difícil era difundir entrevistas con desconocidas o con otro tipo de artistas. Hablando de esta experiencia, en una entrevista en la radio me preguntaron hace poco lo que opinaba de los artistas que conocí, y en el caso de Karina, no pude evitar soltar que “era bastante gilipollas” en el trato, pues se creía una gran estrella. Lo siento. A la segunda clase de cantantes desconocidas las metía dentro del capítulo general de artistas de variedades o música española. Generalmente, las veteranas vedettes me contaban todos los lugares del mundo por donde transitaran. Recuerdo especialmente la entrevista a la cantante “Mikaela”, que venía acompañada de un representante al que calé desde el primer momento. Era eso que hoy se llamaría “gay”, pero de verdad y le gustaba hacerlo constar. No sigo mis impresiones porque ahora quedaría mal,

“Auria” era un gran espacio de relación social. Solía empezar la animación sobre las ocho de la tarde. Antes de la función, al término de ésta, la orquesta interpretaba diversos temas de moda, de aquellos que se bailaban enlazados, dentro de un orden, con el riesgo de que te pusieran “el freno de mano”, eficaz medida disuasoria si te pasabas de entusiasmo. Además del “freno de mano”, había un camarero que, como guardador de la moral, intervenía si nos desmandábamos. Este entrañable personaje subía a la parte superior de la sala y montaba un dispositivo de observación por si acaso. Era muy divertido observarlo. Los chavales solíamos arremolinarnos en la barra, echando un ojo discreto al personal femenino. De aquella todo el mundo pagaba la entrada, fuera chico o chica, que no incluía la consumición que se pagaba aparte. Las chicas se sentaban juntas, entre amigas, en las mesas situadas alrededor de la pista de baile. Cuando veías una chica que conocías o que te gustaba, te acercabas y le pedías que bailara contigo. Unas veces te decían que sí, otras que no. Pero por lo general, las ourensanas eran bastante accesibles y atentas. Si no eras conocido, las chavalas se consultaban en cónclave aconsejando o no a la requerida que saliera a la pista contigo. Otro día cuento más.

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