Opinión

Cuando Ángeles Ruibal y Sergio Aschero estrenaron “O Emilio” de Tovar en el Ateneo

Una ciudad humana es aquella, se dice, en que los locos pueden andar tranquilamente por la calle y se relacionan con el vecindario. Ourense, al menos el que yo conocí, era una de esas ciudades. De todos nuestros locos el más famoso fue “O Emilio, a quien Tovar hizo un poema precioso, que musicaron Ángeles Ruibal y Sergio Aschero. Tuve el honor de ser testigo del día en que se estrenó esta versión en el Ateneo, en el edificio de la torre. Conservo una grabación y, por cierto, un día se la mostré en Vigo a Mocedades y les encantó letra y música: “Pobre Emilio, pobre tolo na primavera ourensa. Baixa do monte vestido de capitán xeneral, chama a porta dos veciños e os veciños danlle pan”. Por cierto, que aquella grabación de aquel día está depositada con otros fondos de mi época en la radio en Ourense en el Arquivo Sonoro de Galicia.

Un colega gallego los llamó los juglares del siglo XX. Y por muchos motivos lo eran. Recordaba Ángeles en una entrevista que les hizo un diario nacional: “Cantamos en pequeños, lugares, culturales siempre. Casas de cultura locales de barrios. Nuestras canciones las han cantado otros: Ana Belén, por ejemplo, o Mercedes Sosa, hasta Cafrune. Cantamos a los poetas de ahora y de siempre, españoles y latinoamericanos, y siempre intentamos ponerles música sin concesiones y de calidad. Siempre digo que hay que respetar al poeta y dar una imagen sincera”.

Los que disfrutamos de aquel estreno de los poemas de Tovar en el Ateneo de Ourense, conocimos que aquel matrimonio, Sergio Aschero y Angeles Ruibal, cantaban a los poetas de habla hispánica con una calidad superior a la de otros de la época. Sergio Aschero era capaz, según se decía, de ponerle música hasta a un cuadro de Picasso. La suya era una música culta y cada poema musicado un homenaje a su autor, como hicieron con Tovar.

Aquella ocurrencia de un periodista gallego hizo que, tras sus nombres, en carteles y discos, rubricaran con “Los juglares”. Y como los históricos juglares fueron cantando de pueblo en pueblo, cobrando poco o lo justo para sobrevivir. Musicaron y cantaron mucho, pero grabaron poco, porque estaban fuera de los circuitos comerciales, porque la suya era música culta, no comercial, y cantaban a Neruda, hasta a Cervantes, a Miguel Hernández y a muchos poetas anónimos.

De Sergio Aschero, un hombre de extraordinario talento, se escribió no solo que podía ponerle música a un cuadro, de Picasso o de otro que lo impresionara. “Los colores tienen música, y las formas y el ritmo que están en las cosas pueden ser traducidas a sonidos”, decía. Este juglar halló el modo de superar los esquemas tradicionales de la composición musical y traducir en notas otros sentimientos y sensaciones. De su obra, porque tuve la suerte de estar presente en el Ateneo de Ourense, me sigue emocionando su versión del “Emilio”, cuya trama musical llega al ánimo y enciende el corazón.

En una entrevista en el diario “El País” en 1977, Sergio Aschero explicaba cómo hacía su música con estas palabras: “Se trata de un sistema de escritura que, con los siete colores del prisma solar, más el negro que significa silencio, y serie de frases musicales, mediante los colores y las formas”. Primero, como fundamentos, analizaba y comparaba el viejo sistema de creación tradicional. Se refería luego a la fuerza musical de las palabras, expresada por la gramática, y resolvía, en lo que llamaba “Plastiforma”, un código de lectura musical de la plástica. Decía que era un código fijo, “que permita interpretar musicalmente la realidad o la pintura, jugando con los colores y las formas, los límites y los ritmos”.

Aquel lejano Ourense tuvo el privilegio hace más de medio siglo de ser el escenario donde aquel poema de Tovar fue el estreno de aquella renovación de la música culta de que pudimos disfrutar aquella tarde con Ángeles Ruibal y Sergio Aschero.

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