Opinión

La curiosa historia de Zino Davidoff y Fidel Castro

Ya he dicho que soy uno de esos escribidores de la realidad a quienes aburre especialmente la ramplonería del discurso político, salvo excepciones, por lo que con frecuencia repaso en mis archivos viejas historias y conocimientos de momentos especialmente, a mi entender, interesantes, de mi largo trayecto por el periodismo profesional. Es como una forma de desintoxicarse que resulta muy eficaz para recargar las baterías. Uno de esos personajes que me alegro de haber conocido fue un hombre famoso y peculiar. Se llamaba Zino Davidoff. Lo entrevisté en el Hotel Ritz de Madrid. Llevan su nombre una de las más exclusivas marcas de tabaco. Era como un personaje de novela de Aghata Christie. Inteligente, brillante, pero sencillo y acogedor al mismo tiempo. Tendría ahora más de cien años. Cuando lo conocí tenía 87. 

Fumaba doce cigarrillos al día, dos pipas y dos cigarros. El mismo daba la mejor imagen de la calidad de sus productos. Como el fumar tenía y tiene tan mala fama, se inventó un eslogan muy efectivo: “Fume menos, pero fume mejor”. Un genio.

Había nacido en Kiev en 1906. Su familia emigró a Suiza, donde su padre inició un modesto comercio de tabacos en el Boulevard des Philosophes. Años después, el pequeño Zino habría acumulado fortuna suficiente para comprar barrios enteros. Mi conversación con él fue apasionante. Me contó que uno de los primeros clientes del negocio familiar era Vladimir Illich Ulianov, al que la historia conocer por Lenin. Exigía productos de calidad, era un fumador muy selectivo, ya ven.

De su padre, Zino aprendió el arte de combinar diferentes ligas de tabaco para lograr diversos sabores. En 1924 se fue a hacer las Américas y empezó por lo que llamaba lugares calientes, como Argentina, Brasil y, por fin, Cuba, donde aprende todo lo necesario sobre el cultivo del tabaco. Volvió a Suiza en 1929. Tenía tales conocimientos sobre el tratamiento del tabaco que nadie lo superaba al organizar el negocio. Su eufónico nombre era signo de distinción. Es el gran predicador del arte del buen vivir porque aparte del tabaco, da su nombre a un selecto vino de Burdeos y ahora a infinidad de artículos.

La marca se extendió por todo el mundo, y es un referente para el lujo, repartida por Ginebra, Zurich, Londres, Bruselas, Amsterdan, Hong Kong, Bangkok, Tokio, Nueva York. Ha elaborado todo un evangelio que contiene las reglas del fumador de cigarros puros. El secreto radica en el almacenamiento, la conservación y el envejecimiento. La filosofía del fumador se corresponde con algunas premisas como: “El aficionado al cigarro es una persona cortés. Disfruta del cigarro sin molestar a su entorno. No fuma, saborea. Escoge el momento y el tipo de cigarro”. Era muy interesante escucharle decir estas cosas.

Lo más curioso del personaje es que convenció a Fidel Castro de que el lujo era necesario. Cuando el dirigente cubano nacionalizó el tabaco y englobó todas las marcas en una sola, de carácter nacional, Davidoff le hizo saber que era un error. El fumador de puro es caprichoso, quiere tener su marca, su estilo, formato y liga que le agrada. Él se fue a seguir el negocio a otros países del Caribe y siguió fabricando, como siempre. Pero Castro le hizo caso, hoy Cuba exporta las marcas de toda la vida. Davidoff podía presumir de que de tabacos sabía más que nadie y que había atendido al mismo Lenin. Por eso solía decir con humor que posiblemente eso influyó mucho en Fidel Castro.

Te puede interesar