Opinión

Gobierno de las Leyes o de los hombres

Acabo de participar en una encuesta nacional en la que se preguntaba a los ciudadanos si confiaban más en los políticos o en los jueces, a propósito del debate nacional suscitado por la no renovación del Consejo General del Poder Judicial y las críticas del Gobierno y sus hijuelas a las sentencias que le son desfavorables en los diversos ámbitos.

Confío más en los jueces, aunque a veces no estemos de acuerdo con alguna de sus sentencias, por dos motivos esenciales: El primero es que creo, remitiéndome a lo que al respecto nos legaron Platón y Aristóteles en su propia controversia al respecto, que es más fiable y deseable el “gobierno de las leyes frente al gobierno de los hombres”. El segundo motivo es mi propia peripecia personal, a la que he aludido en otras ocasiones, por mis avatares como periodista. Fui procesado juzgado y absuelto por un delicado reportaje en “Hoja del Lunes” de Vigo y “Sábado Gráfico” sobre los consejos de guerra en que se juzgó a las personas que permanecieron leales a la legalidad republicana, tras el alzamiento de 1936. Y no me sentí inseguro. Aparte de esto, en el ámbito civil, también tengo experiencias y salí airoso de todas ellas, tanto de demandas de políticos corruptos como de narcotraficantes como Marcia Dorado, el de la foto con el presidente Alberto Núñez.

Yo creo en los jueces porque me parece que son más de fiar que los políticos. Y no sólo porque a la política se puede dedicar cualquier indocumentado, aunque no tenga oficio, beneficio ni formación, sino por la propia formación que se requiere a los jueces y el modo de alcanzar su plaza. Creo en los jueces, porque creo en las Leyes. En la República, Platón dice que son indispensables para la vida del Estado. Pero fue Aristóteles en “La Política”, quien nos enorme vigencia nos traslada al momento actual que vivimos, ya que se pregunta si conviene más “ser gobernado por el mejor de los hombres o por las mejores leyes”. Se ha escrito mucho desde entonces incluso con partidarios de que un hombre excepcional pudiera estar por encima de la ley. La Ley no puede preverlo todo, ha de tener carácter general y luego ser aplicada a cada caso concreto. La Ley ha de ser desapasionada y superar los riesgos de las conductas humanas.

Aristóteles advertía del riesgo de que el ocupa un cargo político resolviera los asuntos sometidos a su decisión “contra la razón, por motivos de amistad”, pero al magistrado se le debe y puede exigir rigor e independencia. Y lo resume en estas palabras: “Así, pues, el que defiende el gobierno de la ley parece defender el gobierno exclusivo de la divinidad y la inteligencia; en cambio, el que defiende el gobierno de un hombre añade también un elemento animal; pues tal es el impulso afectivo; y la pasión pervierte a los gobernantes y a los hombres mejores”. Aristóteles no afirma que el gobierno de los hombres sea, de suyo, irracional, sino que, necesariamente, incluye, además de la razón, la presencia operante de factores subjetivos y afectivos que compiten con la racionalidad humana y que pueden corromper al gobernante y, por ende, viciar sus decisiones. Por eso, yo creo en los que aplican la Ley. Por principios.

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