Opinión

Hace 52 años de la tormenta que derribó la araucaria de don Ramón

Xocas con Otero Pedrayo y Ferro Couselo, junto al autor (izquierda).
photo_camera Xocas con Otero Pedrayo y Ferro Couselo, junto al autor (izquierda).

Este mes de febrero se han cumplido 52 años desde que una tormenta derribó la araucaria que el médico Enrique Otero Sotelo, padre de don Ramón Otero Pedrayo, plantara cuando éste naciera en 1888, y que el insigne escritor consideró toda su vida como un hermano, y en ese sentido escribió un cuento, “meu irmán”, contando el episodio de la caída. Ese histórico árbol era cuidado con especial esmero. Don Ramón consideró que el rayo que partiera en dos su árbol era como prenuncio de su muerte, que le sobrevendría cuatro años después y dispuso previamente, como así fue, que con su madera se construyera el “cadaleito con que o levaran a cova”. Ya he contado que tuve el honor, con otros periodistas, en llevarlo sobre mis hombros el turno que, antes de los académicos, dispuso el profesor Ogando que cubriéramos los representantes de los medios de comunicación de Galicia. En su día, en algunos colegios de Galicia, de especial sensibilidad, se plantaron araucarias simbólicas, especialmente en aquellos que llevaban el nombre de don Ramón, como homenaje y recuerdo de su persona y obra. El padre de don Ramón eligió el árbol a plantar cuando naciera: la araucaria es un árbol grueso, de enorme altura, y que cumplió bien la ulterior misión que le correspondiera.

En aquel mismo mes de febrero de 1972, por iniciativa de la Asociación Cultural Auriense, en la que con frecuencia nos reuníamos los sábados, en torno a Otero Pedrayo para que nos hablara de lo que gustara, se decidió celebrar una especial fiesta del árbol y allá fuimos para plantar en su pazo una nueva araucaria, pero esta vez rodeada por un cerco de carballos. Poseo y he mostrado aquí un amplio reportaje de fotos de enorme valor y calidad de aquel acto, en el que muchos de los presentes, y yo fui uno de ellos, plantamos uno de aquellos carballos. En ese material documental se aprecia a personas entrañables de la sociedad ourensana de la época, especialmente comprometida con la historia y la cultura de Galicia, como el inolvidable doctor Guitián y otras personas queridas y recordadas de aquel tiempo. La Fiesta del Árbol fue oficialmente instituida en España en 1915, pero cada ayuntamiento la celebra, por lo general, según su propio calendario. En ese sentido, Mondoñedo y Villanueva de la Serena se disputan haber sido el primer lugar donde se celebró, ero ninguna como aquella de reposición de la araucaria.

Recuerdo como si lo estuviera viendo al alcalde de Amoeiro en aquel histórico espacio de la parroquia de San Pedro de Trasalva y su emotivo discurso, que fue uno de los más sencillos y hermosos que he escuchado en mi vida y que empleó la palabra “feita” para referirse a aquel acontecimiento singular. Hubo tantos discursos laudatorios que don Ramón, al ver que no le llegaba el turno dijo: “¿E logo, eu non falo?”. Aquel día tuve la suerte de estar allí, en aquella gran concentración del amor inteligente a Galicia, con Joaquín Lorenxo, “Xocas” o Ferro Couselo. Momento irrepetible, consignado para siempre. En la prensa de la época, en la que yo escribía entonces titulé mi artículo “El árbol cayó, el hombre sigue”. Muchas veces he recordado que, en aquellos días, tener a mano a don Ramón, a Ferro Couselo, a Xocas, nos permitía, acercarse las fuentes primitivas, seguras y documentadas de las cosas que uno quería saber. Ya he recordado la ironía y el humor de Otero Pedrayo. Guardo alguna entrevista en el que luego de una extensa exposición del tema del que le preguntaba, solía a finalizar sus palabras “E perdoe porque a mi erudición é pouca”

Una de las características de aquellos hombres, es que tanto Xocas, con don Ramón o Ferro Couselo, estaban siempre dispuestos a atender y recibir a los que se les acercaban para saciar la nuestra faena de conocimientos. Y nos ilustraban con sencillez de aquellas cosas de los que tanto sabían y sabían contar y trasmitir. Uno es, como cuido que decía Oscar Wilde memoria de sí mismo, del tiempo de cada uno y de las cosas que paga la pena recordar. Aquel mes de febrero, don Ramón estaba próximo a cumplir 84 años, pero conservaba toda su lucidez. Como era frecuente que se le hicieran otros homenajes, solía comentar con su característico humor: “Que non me fagan tantos homenaxes, que me deixen traballar”. Pero esta vez, en Trasalva lo vimos especialmente agradecido y emocionado en aquel acto realmente popular. Me pregunto si la nueva araucaria que plantamos y los carballos siguen allí. Espero que sí.

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