Opinión

Aquellas solemnes procesiones del Corpus de otros tiempos

Imágenes de las procesiones del Corpus de antaño, marcadas por su pompa y ceremoniosidad.
photo_camera Imágenes de las procesiones del Corpus de antaño, marcadas por su pompa y ceremoniosidad.

En estas calendas del mes de junio y con mis acostumbrados hábitos de repasar en mis archivos fotos, grabaciones y recuerdos de estos tiempos, acabo de dar con mi colección de fotos de cómo se celebraban en aquel pasado lejano las Fiestas del Corpus que, como me contaba don Ramón Otero Pedrayo, comenzaron a principios del siglo XX, separadamente en las sociedades recreativas y en la calle, las primeras con bailes y en las segundas con verbenas. Pero llegó el burgalés Temiño y, como si tuviera competencias civiles, logró separar las que serían fiestas tradicionales de Ourense de las fechas de las religiosas. Incluso pretendía, hasta que el alcalde David Ferrer Garrido le paró los pies, extender su jurisdicción a otras tradiciones, como el San Roque, lo que dio lugar a un conflicto que ya he contado, y que se resolvió anulando la ofrenda municipal en la catedral, reconvertida en un acto civil en el salón de plenos. El tal Temiño se oponía a que el mismo día del acto en la catedral se celebrara una verbena en el Posio. Insólito, ¿verdad?, pero aquellos tiempos pasaban estas cosas.

Lo que sí era solemne era la procesión del Corpus. De modo que la ciudad, aparte del vecindario, recibía a numerosos visitantes de los pueblos de la provincia, de modo que en la ciudad bullía el buen ambiente. Cierto que las procesiones del Corpus más famosas son las de Toledo o Sevilla, pero la de aquel Ourense de los años sesenta hasta bien entrados los ochenta no tenía que envidiarlas. Cubría la carrera a lo largo del recorrido el Regimiento de Infantería Zamora 8, en uniforme de gala, desde la catedral por Santo Domingo, parque de San Lázaro, Paseo y retorno. La tropa, con arma armada, es decir, con bayoneta calada, se colocaba por parejas frente a frente. Si al soldado de un lado le tocaba estar al sol y al otro no, de vez en cuando se cambiaban. Ni yo ni mi compañero de aquel día de 1968 tuvimos esa suerte, ya que nos tocó en el cruce de la entonces llamada calle Capitán Eloy con la del Paseo. Con el calor de Ourense, con uniforme completo, correaje y casco de acero, uno aguantaba como podía. Una paisana que pasó por allí con un manojo de berzas nos proporcionó una a cada uno, que usamos para hacer como membrana de una cámara y aliviarnos.

El alcalde, otros corporativos y las principales autoridades civiles solían vestir de chaqué y los funcionarios titulados superiores de carrera, con sus respectivos uniformes. Los varales del palio los sostenían oficiales del ejército que, en forma de comisiones militares flanqueaban el cortejo. La corporación municipal de entonces iba escoltada por la policía municipal en uniforme de gala y la acompañaba un cuadrillero o alguacil, ataviado al estilo de los que vemos despejar las plazas de toros antes de la corrida, y además, el pregonero, con su tambor. El pendón municipal iba escoltado, como deber ser por los maceros con los símbolos del poder local. Esta tradición nos la legó Roma. Ya que las corporaciones municipales, cuando salían de las casas consistoriales con sus atributos y símbolos, precedidos por las faces locales y los ediles ataviados con la toga pretexta, se consideraba constituida allí donde estuviere. Todo era simbólico y cuidado. Tras ver algunas fotos de cómo son ahora las cosas, creo que sería mucho más digno suprimir todo esto porque produce pena y vergüenza cómo se ha deteriorado en esta ciudad una de sus más antiguas tradiciones. Cerraba la procesión la banda del Zamora 8 y una compañía de honores, que bien podía ser una del propio Regimiento o la de Operaciones Especiales número 81. Al paso del santísimo, los soldados que cubrían la carrera hacían el movimiento de “rindan”, que hoy no existe. O sea, se arrodillaban y extendían el arma. Detrás de los soldados iba siempre una masa de fieles y devotos. Como se puede apreciar en las fotos que acompaño, las aceras estaban a rebosar. Era un día luminoso y yo no recuerdo que nunca lloviera. Las fiestas propiamente de la ciudad se celebraban días después, cosa que no pasaba en otros lugares donde los rectores de la Iglesia no se metían donde no debían y aceptaban que la parte religiosa del Corpus compartiera el carácter de la fiesta con otras expansiones naturales de celebraciones y alegría, pero que en Ourense tenían que esperar y me temo que el asunto quedó para siempre. Por cierto que don Ramón Otero Pedrayo me contaba que las fiestas populares de inicios del siglo se denominaban “fiestas de trangallada”, en tanto en las sociedades la cosa era más fina.

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