Opinión

El agrarismo al banquillo

Foto 1914. Vida Gallega nº 51. Casa donde se hace el atentado.
photo_camera Foto 1914. Vida Gallega nº 51. Casa donde se hace el atentado.

Algo habitual?... no. ¿Había muerto?, tampoco. Es cierto que ningún otro atentado, en la provincia, había tenido unas consecuencias tan trágicas, como el conocido Crimen de Avión, ocurrido en agosto de 1890. Pese a todo, de cuando en vez, la dinamita se hacía oír. Y, precisamente, no era como la lanza de Aquiles que curaba las heridas que hacía. Básicamente, causaba desgracias; eso sí, por fortuna, ahora, más materiales, que personales. Aun así, espantaba. Lo curioso, es que ya, ni siquiera, se recubría con el envoltorio del anarquismo. Bastaba cualquier vendetta para que un dinamitero mandase un mensaje devastador. E inevitablemente, en ese instante, la savia del pánico circulaba por las arterias de la sociedad. 

En 1902, por ejemplo, doce años después del Crimen de Avión en Villaderrey -Xinzo de Limia-, se volvía a colocar, dinamita, en esta ocasión, en la puerta principal de la casa de Anastasia Gómez. La bomba abría un boquete en la pared de 91 cm de largo por 15 de ancho. Al parecer, Delfín Rodríguez, trataba de vengar el agravio que su vecina le había producido. De todos modos, no eran éstos sino, a los que se les suponía una trama política o social, los que tenían una mayor repercusión mediática. Se hacía viral, sin ir más lejos, el atentado del que era víctima, en enero de 1914, Evencio de Castro -también, sorprendentemente, doce años después del producido en tierras de Antela-. En Entrimo, le volaban la Casa-comercio. E inmediatamente, se ponía en marcha un operativo por orden del juez para que se investigase el paradero de Antonio y José Pereira Campelo. Ya cuando se les procesa por ser considerados presuntos autores del acto criminal, algunos medios de comunicación -al igual que el fiscal-, en realidad, sentaban al agrarismo en el banquillo.

Foto Pacheco 1914. Hermanos Pereira.
Foto Pacheco 1914. Hermanos Pereira.

En efecto, para entender lo acaecido es preciso remontarse al 16 de diciembre del año anterior. En el pueblo de Entrimo se había celebrado un banquete con el que los agrarios habían obsequiado a Basilio Álvarez, líder carismático de la Liga Acción Gallega. Entre los concurrentes más exaltados, se hallaban los hermanos Pereira, quienes, concluida la reunión, al pasar por delante de la mansión donde residía Evencio de Castro, manifestaron el deseo de acabar con el caciquismo. Estaban -según su propia declaración- por motivos personales, enojados con su vecino. ¡Abajo esta casa! -gritaban-. 

Foto 1914. Vida Gallega nº 51. Evencio de Castro, con su mujer y su hijo.
Foto 1914. Vida Gallega nº 51. Evencio de Castro, con su mujer y su hijo.

No había pasado todavía un mes de aquel escrache ante el domicilio del vilipendiado, cuando se colocaba en él un artefacto de dinamita que explosionó el 7 de enero, a las nueve de la noche, mientras la familia se aprestaba a cenar. Produjo daños pericialmente valorados en 1656 pts.; mismo, la onda expansiva alcanzaba a las casas vecinas -no había que lamentar, afortunadamente, daños personales-. No obstante, ante el desasosiego social reinante, el capitán de la Guardia civil destacado en Entrimo comunicó, con rapidez, la detención del panadero, residente en Lobera, Pedro González Ricarte -se decía que hacía tiempo, posiblemente había sido el dinamitero artífice del atentado que había sufrido el Casino de aquella misma localidad-. Entretanto, por orden judicial también se pedía con apremio la búsqueda y captura de los hermanos Pereira. Uno y otro, miembros de la sociedad agraria de Entrimo, eran detenidos en Vigo. Antonio, de 27 años de edad, había acudido a la Inspección de Vigilancia para reclamar el equipaje que le tenían retenido en la estación ya que se disponía, en compañía de su hermano de 24 años, José, embarcar hacia Buenos Aires. 

Si bien se habían marchado con una premura que resultaba injustificada, el Juzgado de Vigo después de incoar las pertinentes diligencias no apreciaba daños de delito. Tenían una clara coartada. El jefe de la estación de Arbo, la dueña de la fonda en la que se hospedaron, e incluso, un dependiente de la relojería propiedad de Arosa afirmaban haber visto, nítidamente, a ambos hermanos, el día de autos - el 7 de enero, día del atentado-. Aun así, el juez -ateniéndose a pruebas indiciarias -, decidía procesarlos. 

Foto Pacheco 1914. Luciano Meleiro, abogado defensor de los hermanos Pereira.
Foto Pacheco 1914. Luciano Meleiro, abogado defensor de los hermanos Pereira.

La vista de la causa instruida, contra Antonio y José, había generado tal expectación, que tanto la Sala como el claustro del edifico de la Audiencia estaban repletos de personas que querían presenciar unas sesiones en las que, a la vez, de forma latente, se juzgaba al agrarismo. Por la mañana se interrogaba a los testigos de la defensa. Por la tarde, el fiscal sostuvo la culpabilidad de los acusados. El letrado, Luciano Meleiro, -notario de Bande-, por el contrario, se afanó en demostrar que la detención de los procesados respondía solo a una venganza política. Ignominiosamente se procesaba a los acusados por el perjuicio que suponía ser militante activo de Liga Acción Gallega. En realidad, el fiscal, parecía darle la razón cuando remontaba lo acaecido, a los gritos proferidos con ocasión de la visita del cura de Beiro a Entrimo, O mismo, mientras señalaba que la prensa afín al agrarismo, era cómplice de excitar con las palabras los ánimos del campesino. Evidentemente, fuese estrategia o no, sentaba al agrarismo, en el taburete de los acusados. 

Lo cierto era que, una parte de la prensa, veía por los ojos del fiscal. Afirmaba que, bajo la capa de la oratoria, con el pretexto de minar el caciquismo explotaban la ignorancia de los agrarios. Pero, otra parte, como Heraldo Gallego, dirigido por Lustres Rivas, celebraba el veredicto de inculpabilidad. En ese instante, no solo se exculpaba a los hermanos Pereira, sino también, en el fondo, a la solidaridad agraria y a la libertad de expresión. 

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