Opinión

¿Y antes de Telefónica…?

Foto Chao, cedida por la familia. Telefónica Ribadavia regentada por Amalia Gómez e hijas.
photo_camera Foto Chao, cedida por la familia. Telefónica Ribadavia regentada por Amalia Gómez e hijas.

En nada, hace un siglo. Y claro que sí… tuvo mucho que ver en que no se gastase pronto aquel fascinante logro de la ciencia: el teléfono. No fue caso de atavismo. Telefónica, sin duda, lo impulsó. Ni siquiera los misoneístas, recelosos de lo nuevo, impidieron que se perfeccionase en grado increíble. Aún hoy mismo lo vemos. Se compra uno, y ayer ya salió otro nuevo, diferente, superior, más chic... “Este niño -como diría Emilia Pardo Bazán- crece tan aprisa que no tiene jamás ropa que le venga”.

Pese a todo, lo cierto es que, cuando, en 1924, se funda la Compañía Telefónica Nacional de España, el teléfono ya no era una simple curiosidad. Aquel colosal adelanto de Bell ya se había apoderado de la voz humana. Era, una realidad; y sus aplicaciones, innumerables. La Academia de Ciencias francesa, enseguida le adjudicó al físico escocés -profesor de sordomudos en su juventud- el premio Volta -50000 francos-. E inmediatamente, muchos países ponían en marcha su explotación. En EEUU, sin ir más lejos, en 1881, sólo nueve pueblos de más de 15000 habitantes de Boston, Filadelfia y Chicago no disponían de telefonía. Y, en Europa, unos países monopolizaban el servicio, y otros, como Francia o Bélgica, tenían un amplio control sin llegar al monopolio.

Plaza Mayor, donde se observa la torreta de comunicaciones de la Central Telefónica.
Plaza Mayor, donde se observa la torreta de comunicaciones de la Central Telefónica.

España, sin embargo, se incorporó tarde a los grandes hitos -ferrocarril y telefonía- del siglo XIX. Incluso, las primeras experiencias las tuvo, lejos del territorio peninsular -en Cuba-. Pero desde principios del siglo XX el número de teléfonos no paró de ir al alza. En 1904, por ejemplo, la cifra de abonados era de 16300. En ese instante, el Gobierno se reservaba el derecho a establecer o a explotar el servicio telefónico mediante el Cuerpo de Correos y Telégrafos. Precisamente, la Dirección General le autorizaba a Ramón Gómez Nogueira, de Ribadavia, a establecer la línea telefónica particular que había solicitado. Y al año siguiente, la Gaceta publicaba el pliego de condiciones de la subasta para el establecimiento y explotación de la red telefónica urbana en Ourense.

El Gobierno, por una cuestión operativa, había comenzado a construir la red de telefonía primero por el Sur, para mejorar la comunicación con el norte de África, debido al conflicto marroquí. Ourense, por lo tanto, tuvo que esperar a 1914 a inaugurar de forma solemne, eso sí, la estación telefónica interurbana, que gestionaba la Compañía Peninsular de Teléfonos. En ese instante, la telefonía registraba, en España, un incremento del 55% de teléfonos respecto a la década anterior. Y este establecimiento venía a mejorar, sin duda, la red telefónica, en la ciudad de las Burgas. El propio jefe técnico de la Compañía Peninsular de Teléfonos, José Ruiz, llegaba expresamente, aquí, para invitar al gobernador civil, Casas, a telefonear al ministro Bugallal a la capital del Estado. Y, junto a Alejandro Soriano – jefe de la construcción de la línea-, a Francisco Aguilar – jefe de los trabajos de la instalación-, o a Eladio Sanz – jefe de la estación de Ourense-, anunciaba que, en unos meses, no solo habría comunicación con Madrid, sino también con las principales ciudades de Galicia -Vigo, A Coruña y Pontevedra-. La Estación contaba con tres taquillas en la que se podían redactar los telefonemas. El servicio le permitía al usuario enviar un mensaje escrito al receptor, a través del teléfono, hasta la central más cercana, e inclusive, hasta el domicilio si disponía de dispositivo.

Foto Salazar en 1916. Central Teléfonos de Ourense.
Foto Salazar en 1916. Central Teléfonos de Ourense.

No obstante, en poco más de un lustro, la queja pública que hacían 134 abonados ourensanos, ponía de manifiesto que el servicio del teléfono urbano se quedaba obsoleto. La mayoría de ellos ante la subida del 25%, de la tarifa, amenaza al concesionario con darse de baja. Alegaban que era excesiva, máxime cuando no se cumplía con las condiciones del Reglamento. Ni había locutorios públicos a los que los abonados tenían derecho, ni el servicio alcanzaba los 15 kilómetros, ni siquiera, se les daba facilidades a otros clientes de acceder a la telefonía. Ipso facto, a esta conminación le dio respuesta Corbal. Sin coste, facultó a aquellos que por contrato tenían obligaciones, a poder darse de baja. Argüía que la subida respondía al encarecimiento de materiales y al deseo de mejorar el servicio. Mediante carta dirigida al director de La Región zanjaba el conflicto. Pocos fueron los que se dieron de baja. Al año siguiente, había 299 abonados.

Ourense, ciertamente, figuraba en el vagón de cola, no solo en Galicia. Junto con Almería -298 abonados-, también ocupaba la sexta posición en el ranking nacional comenzando por el final. Por eso, cuando en 1924, la dictadura de Miguel Primo de Rivera se sirve de un grupo vinculado a la banca -Urquijo e Hispanoamericano- para fundar La Compañía Telefónica Nacional de España -con la participación de la International Telephone and Telegraph Corporation-, se produce un giro copernicano en la telefonía. En apenas cuatro años -coincidiendo con la apertura de la red con América, recordada por la conversación telefónica que mantiene, Alfonso XIII con Coolidge, presidente de EEUU-, el número de teléfonos en España crecía en un 51% -pasa de 66687 a 135306-. A la vez, la inauguración de estaciones telefónicas interurbanas en la provincia se sucedía. Desde la que se abría con solemnidad en Ribadavia a principios de 1928 -regentada por Amalia Gómez-, seguida de la apertura de nuevos centros telefónicos urbanos e interurbanos de Verín y Xinzo de Limia -en breve unirían sus líneas a la red portuguesas-, hasta la conexión del tramo Barbantes, Maside, Dacón y O Carballiño, la provincia emprendería un avance en telefonía, desde posiciones más bien rezagadas, que solo podía ir en la línea del progreso.

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