Opinión

Antonio Araujo Gómez, el tenor olvidado

Asistentes al concierto privado de Antonio Araujo en el Salón blanco del club Español sacado de la revista Caras y caretas nº 1490.
photo_camera Asistentes al concierto privado de Antonio Araujo en el Salón blanco del club Español sacado de la revista Caras y caretas nº 1490.

En efecto, hace exactamente un siglo. En el verano de 1923, llegaba la noticia de allende los mares… Y, los diarios de tirada nacional españoles, no dudaron en darle pronto la oportuna cobertura mediática. Sin más, aquel tenor dramático, formado al calor del Orfeón Gallego de Buenos Aires, triunfaba en los escenarios. «Un tenor ourensano», «Un nuevo tenor gallego», o «Triunfo de un coterráneo» eran titulares que recogía la prensa; y, por supuesto, también La Región: «Un tenor de Ribadavia, triunfa en América».

Al otro lado del «charco», ciertamente, unos, estaban ávidos de riquezas, sí; pero otros, esperaban expectantes la oportunidad de cumplir también otros deseos e ilusiones. Cada uno a su manera, tal vez como estrategia del inconsciente, entre las postrimerías del XIX y las primeras décadas del siglo XX, anhelaban hacer «las Américas». La coyuntura política lo hacía posible. Primo de Rivera volvía a mirar con otra cara hacia el nuevo continente y las jóvenes repúblicas tenían, en sus manos los ingredientes necesarios para hacer posibles los sueños. Qué duda cabe de que el arte escénico era parte de su hoja de ruta para presentarse, ante el mundo, como países civilizados. No era una novedad. Ya lo habían hecho Italia o Alemania en sus procesos de unificación. A nadie le extrañaba, pues, que los recientes estados americanos tampoco desaprovechasen la ocasión de dotar a la ópera de una función político-social. E irremediablemente, esta línea estratégica, favoreció a los jóvenes del arte lírico; en especial, a emigrados como Antonio Araujo.

En 1923, los diarios y las revistas americanas, vistas las actuaciones e interpretaciones que había realizado el lírico auriense, en las Salas de Teatro de Chile o Uruguay, le auguraban un gran porvenir. En concreto, el periódico La Unión de Valparaiso, por la voz prodigiosa y por las dotes naturales que poseía, le presagiaba un futuro prometedor en la música vocal. Fallecido, el inigualable Gayarra, y, muerto, tras derrochar su fortuna el extravagante Aramburu -La Tribuna Popular de Montevideo, relataba como moría con 73 pesos en el chaleco-, el referente en la década de los años veinte era el divo aragonés Fleta. Aun así, los medios de comunicación pensaban que el ourensano, de perfeccionar su estilo, en Italia, con los mejores maestros de la ópera, podría formar parte, tranquilamente, de aquel excelente elenco de líricos nacionales contemporáneos. 

En seguida, la prensa informó del nacimiento del nuevo tenor español. La voz potente, de timbre agradable al oído, y su espontaneidad, le hacían tener condiciones para hacerse un hueco en el arte musical lírico. La crítica era unánime y coincidía en que poseía cualidades vocales innatas. Este clima de popularidad al alza le permitió emprender una tournée por distintos países de Hispanoamérica. Luego, en 1926, se engrandece su figura sobre todo gracias a su excelente interpretación en el homenaje que Argentina le hace a Ramón Franco. El vuelo del Plus Ultra rememoraba el viaje de Colón y la Dictadura de Primo de Rivera necesitaba de hazañas como ésta para reorientar la política exterior con Latinoamérica. Todos los focos estaban puestos en aquel evento que organizaba el Centro Gallego bonaerense, que a través de actividades culturales alimentaba el vínculo de aquellos países no sólo con España sino también con Galicia. En esta ocasión organiza un festival en el que participan el afamado gaitero Dopazo, la pareja de bailes regionales Muiño y el tenor de moda, el ourensano Antonio Araujo. 

Desde ese instante, sus actuaciones se contaron por éxitos. Al año siguiente, la prensa argentina, siempre generosa con el tenor gallego, lo bautizaba como el nuevo Gayarre. Bien es verdad que el tenor navarro había dejado el listón del arte musical escénico muy alto. Aun así, tanto él como el aragonés Fleta eran divos en los que se miraban jóvenes talentos gallegos, como su discípulo predilecto el lucense Jesús García, conocido como «Fletita», el tudense Telmo Silva o el propio Antonio Araujo Gómez, entre otros. El artista lírico ourensano, en 1927, antes de reaparecer ante el gran público bonaerense, realiza un concierto privado en el Salón Blanco del Club Español, para un reducido grupo de autoridades entre las que se hallaba el cónsul de España en La Plata, Rafael Sánchez de Ocaña. Acompañado al piano por María Luisa Cervantes recibía elogios dignos de encomio por su interpretación. Unos días más tarde, cumplía con los compromisos adquiridos, junto a Lita Spena y al cuarteto «La Peña». Interpretaba «No te Olvido», «Pagliacci» y «Adiós Mariquiña», arrancando con su voz y sentimiento una clamorosa ovación. Precisamente, esta hermosa balada del músico compostelano Chané, con letra de Curros sedujo a la selecta concurrencia tanto por el alarde de la ejecución como por la delicadeza de su voz. Era el preludio al éxito que obtendría en los demás teatros americanos. En el Albéniz, hace vibrar al público montevideano, y en el teatro Solís, el Día de Galicia cautiva a los asistentes. Los intelectuales gallegos no sólo lo consideraban un buen tenor, sino que, además, pensaban que era el trovador de Galicia por excelencia, ya que, lejos de la tierra, encandilaba interpretando cantos enxebres.

Sin embargo, tras una década de triunfos, su figura se difumina en la década de los años treinta. En ese instante los periódicos de Bahía Blanca todavía adelantaban las ventajosas contratas que estaba a punto de firmar en Brasil y Norteamérica. Aun así, de repente, deja de aparecer en la prensa. Es como si pusiese rumbo a lo ignoto; de súbito, el tiempo desvaneció su recuerdo y lo sumergió en el abismo del olvido.

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