Opinión

La Batalla más bella... la de Flores

En las postrimerías del siglo XIX, se puso de moda. No había ciudad europea -que se preciase, claro-, que no incluyese en su programa de festejos tal evento... La «kermesse» era una fiesta popular al aire libre que, a veces, tenía carácter benéfico. Pero, pronto, en ella comenzó a hacerse popular el desfile de vehículos acicalados con motivos florales. Los participantes rivalizaban con sus creaciones de fantasía, «batallaban» y se arrojaban serpentinas o flores, durante un trayecto que establecía de antemano una Comisión. Lisboa, por ejemplo, preparaba la Avenida de la Libertad para que, por ella, circulasen un gran número de carruajes adornados con guirnaldas -en 1889, participaron alrededor de sesenta coches, entre los que se encontraba la realeza lusitana-. O, Madrid acogía a turistas que retozaban, al año siguiente, por el parque del Retiro para ver desfilar a un buen número de carrozas; incluso, el propio Ayuntamiento presentaba un carro… «carrísimo», por cierto, según el criterio de la prensa, enojada por el dispendio que hacía, mientras el precio de la carne estaba por las nubes.

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Foto 1924. Castillo Romano en Vida Gallega nº 256.

Bien es verdad que este tipo de espectáculos, en boga a finales de la centuria decimonónica, hundía ya, originariamente, sus raíces en las fiestas carnavalescas. Sin embargo, por descontado, se popularizan, aún más, cuando el Papa Pablo II, que era veneciano, en el siglo XV le da una vuelta al significado del carnaval romano. Con el objetivo de cristianizar aquella tradición y de reducir las mascaradas, prodiga las cabalgatas. Realmente, era un modo de preparar a los cristianos para las asperezas de la Cuaresma a través de inofensivas carnestolendas. De ahí que ciudades como Lisboa o Niza siguiesen respetando aquellas fechas.

Fue, justamente, en la ribera francesa en la que, con motivo de la celebración del Carnaval, se retomó, en 1873, la fiesta, pero con un formato de Batalla de Flores. Luego, en 1895 será cuando alcanza uno de los momentos más álgidos gracias a la presencia de «La Belle Otero». La joven bailarina pontevedresa -natural de la parroquia de San Miguel de Valga-, había llegado a ser una de las «celebrities» de París. Y en el desfile que se hacía por el Paseo de los Ingleses, se presentaba en un carruaje- tirado por cuatro caballos a la Daumont-, que figuraba ser una gran pandereta hecha con flores. Dentro de lo que simulaba el parche roto, emergía la vedette. El público cuando, de repente, la vio aparecer, enloqueció.

Foto Samaniego 1925. Balón y equipo de fútbol.
Foto Samaniego 1925. Balón y equipo de fútbol.

La imagen se ilustró en periódicos como L`Eclaireur o Le Petit NiÇois. Traspasó fronteras. No tardó en imitarse la misma fórmula en otros lugares; mismo, en España. Emulando a las ciudades europeas, las capitales de provincia españolas comenzaron a incorporar aquel número, no en el marco carnavalesco, sino, casi siempre, en el ámbito de las fiestas patronales. Ourense, en particular, como ya venía celebrando, desde antaño, en mayo, la exaltación de la primavera, a esta exhibición floral, le buscó acomodo en el Corpus.

En 1901, El Lucense o en 1902, el diario madrileño El Imparcial, recogían cómo la ciudad de las Burgas hacía los preparativos para celebrar la Batalla de Flores. Se engalanaban las casas de la calle Progreso, se ponían sillas hasta la Alameda, además, el ayuntamiento sacaba a concurso la construcción de tribunas, cuyos asientos se ponían a la venta, salvo los que se reservaban al jurado. Él era quien calificaba las carrozas, valoraba la idea artística, la puesta en escena y la lucha de serpentinas.

Todo se desarrollaba en un ambiente festivo… La multitud que estaba sentada en sillas o de pie, situada a lo largo del recorrido, y la gente en los balcones de los edificios circundantes, rivalizaba con los vehículos que transitaban decorados temáticamente. Lo cierto era que resultaba un espectáculo de una gran vistosidad para el espectador. La solemnidad que adquirió lo convirtió en uno de los números, de carácter civil, más atrayentes del programa del Corpus Christi.

Foto Samaniego 1925. Un coche Margarita.
Foto Samaniego 1925. Un coche Margarita.

 

En aquellos desfiles, si bien en un principio predominaron las carrozas tiradas por animales, a medida que corría la segunda década del siglo XX, los carruajes arrastrados por bueyes fueron dejando paso a los automóviles. Aun así, todavía los dos segundos premios de 400 pts que concedía el jurado, en 1924, tras dejar desierto el primero de 500 pts., presentaban una carroza de tracción animal. Una, presidida por las señoritas Noguerol, titulada «Rancho Agentino», pues simulaba una choza con el árbol a la puerta y con las moradoras trajeadas con toda propiedad; y, otra, bautizada como «Castillo Romano», encabezada por la oficialidad del Batallón de Cazadores Mérida vestidos de gladiadores que cada cierto tiempo gritaban: «¡Ave Caesar; morituri te salutant!». E incluso, al año siguiente, en 1925, ocurría algo similar. De nuevo quedaba desierto el primer premio y se le otorgaba, el segundo, dotado con 300 pts., a una carroza tripulada por jugadoras que escenificaba un balón de fútbol dentro de la red. Luego, solo concedía varios accésits, entre ellos a un automóvil, presentado como «Margarita».

Quizás, la habitual participación de la oficialidad del ejército en este tipo de fiestas, y las acciones que conllevaba la propia puesta en escena -rivalizar, batallar, arrojar…-, contribuyó a que la semántica estuviese imbuida de connotaciones militares. A fin de cuentas, era una Batalla, sí… con todo, la más hermosa de todas… la de Flores.

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