Opinión

La Casa del Pueblo de Ourense

Inauguración de la Casa del Pueblo. Fabra Rivas en el centro con la mano sobre el hombro de un niño.Foto Villar, 1929.
photo_camera Inauguración de la Casa del Pueblo. Fabra Rivas en el centro con la mano sobre el hombro de un niño.Foto Villar, 1929.

Cuando el delegado de la Oficina Internacional de Trabajo en España Antonio Fabra Rivas inaugura en 1929 la Casa del Pueblo en Ourense, ya habían pasado tres décadas y media, del nacimiento de aquella primera sociedad de resistencia de la clase trabajadora en la capital. El movimiento obrero resurgía, en 1895, en la ciudad de las Burgas de la mano de la Sociedad de Oficios y Profesiones Varias. Luego, le siguieron otras asociaciones como las Secciones de Canteros, Carpinteros, Pintores y Albañiles, Ebanistas, Tipógrafos o Zapateros. Estos grupos societarios, internacionalistas, a medida que se consolidaron, aspiraron, al igual que otras ciudades del país, a disponer de un Centro Obrero que tuviese espacios y servicios suficientes para que pudiesen reunirse los distintos gremios de la ciudad. Y el mismo año, en 1914, que la Unión General de Trabajadores que presidía su fundador, Pablo Iglesias, celebraba el undécimo Congreso, el presidente del Centro Obrero de Ourense Domingo Lorenzo inició una colecta para construir la Casa del Pueblo. Pronto, los Centros gallegos de América se apuntaron a hacer realidad aquel sueño. La Sociedad americana, Obreros ourensanos 5 de julio de 1895, elegía, en seguida, una Comisión compuesta por Quirino R. Martínez, Blas Hernández y Domingo Núñez, para que se recabasen fondos entre los coterráneos que simpatizaban con la construcción de aquel edificio que sería la Casa de los gremios socialistas de Ourense. A los socios, se les había hecho llegar un grabado del proyecto original que representaba gráficamente la fachada moderna de 15 metros de largo, por otros 35 de fondo. La planta baja acogería la Secretaría y, en ella se habilitaba una zona, para el conserje. El primer piso disponía de buenas condiciones para albergar el Salón-teatro y, además, aún quedaban espacio para trabajar y alojar la propaganda. El piso superior se destinaba al alojamiento de las sociedades, la biblioteca y la escuela laica.

En el Centro Obrero de Ourense, si bien se había elegido a una Comisión específica para el seguimiento de las obras de la nueva Casa del Pueblo, también se había designado otra Comisión, formada por los delegados de cada sociedad para que todos se sintiesen artífices de aquella magna edificación. No obstante, cuando ya estaba ultimado el proceso para subastar las obras de cantería, la Gran Guerra, lo cambia todo. La subasta de cantería se suspende temporalmente. Y el coste de la obra se incrementa al alza. El dinero recaudado gracias a los coterráneos residentes en América y la Habana, y, también, al que habían dejado los federados a costa de entregar un día del salario, junto a alguna donación particular, tan solo sumaba 13000 pts., al inicio de las obras. Es cierto que, al menos, se había podido, pagar el solar situado en la calle Progreso que había costado 11000 pts, y poner en marcha el proyecto. Sin embargo, el sobrecoste sobre las 70.000 pesetas presupuestadas, elevaban el precio final de la obra a 100000 pts. El encarecimiento de los materiales hizo muy difícil hacer frente al pago de la construcción. Máxime si, a la coyuntura económico-política -la huelga de 1917 y, la dictadura de Primo de Rivera-, se le añadía, anteriormente, el infortunio de la meteorología. El fuerte temporal, sobre el mediodía, de un aciago día de otoño de 1916, afortunadamente, sin tener que lamentar víctimas, derribaba parte de la pared trasera del edificio.

Habría que esperar, pues, a 1929 para que, llegado desde Madrid, Fabra Rivas, inaugurase, el 1 de mayo, solemnemente, el nuevo edificio de la Casa del Pueblo de Ourense. Al fin, en aquel solar comprado de aproximadamente 400 metros cuadrados, en la calle Progreso, próxima a los jardines Posío, se levantaba un edificio de corte moderno que, apenas, había sufrido cambios significativos desde el proyecto inicial presentado en 1914 por el presidente del Centro Obrero. En esencia, reproducía los planos originarios, aun así, con ciertos matices. La fachada, de 10 metros de altura, por ejemplo, ahora, remataba con una alegoría del trabajo sobre la que se asentaba la bola del mundo.

El acto que inauguraba el local se celebró en la zona del edificio que estaba destinada a ser el Salón de Fiestas. Allí, sobre un estrado, preparado para la ocasión, presidido por un busto de Pablo Iglesias, Fabra Rivas, acompañado del presidente del Comité local de la Casa del Pueblo, Enrique Rodríguez, junto a los demás presidentes de las respectivas secciones, le daban, la bienvenida al nuevo Centro Obrero. Y, se había esperado al 1 de mayo para que coincidiese con la fiesta del trabajo. Definitivamente, aquel hogar del obrero, no solo hundía las raíces en el ideario político socialista, sino que, además, disponía de instalaciones más apropiadas que el anterior edificio, situado en la calle San Fernando, para llevar a cabo tanto la labor social-asistencial como, la lúdico-cultural. No cabe duda de que era un rincón de propaganda socialista para luchar por las reivindicaciones de la clase trabajadora. El mismo delegado de la Oficina Internacional de Trabajo en España la denominaba “Casa de la fe y de la Esperanza” pues eran como cordones umbilicales que enlazaban con los vínculos del proletariado universal. Pero también es cierto que eran un oasis para el trabajador. En ellas se representaban obras de teatro, se escuchaba música o se veía cine. E incluso, su labor social, a veces, desde un prisma laico, tampoco se diferenció mucho de la que hacían los Círculos Católicos, si bien es verdad que, en este caso, estos tenían el plus que le otorgaba la fe cristiana.

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