Opinión

Dos crímenes, “virales”, enlutan la capital

Foto Xesta 1919.  El juez de instrucción Rodríguez Marquina, primero por la derecha, en el caso de El Federal.
photo_camera Foto Xesta 1919. El juez de instrucción Rodríguez Marquina, primero por la derecha, en el caso de El Federal.
No hubo medio de comunicación que no le diese máxima cobertura a los casos de la Central Telefónica y El Federal

Los tribunales de Justicia daban la voz de alarma. Los crímenes, en España, no dejaban de incrementarse. En el primer lustro de la segunda década del siglo XX se habían incoado en el territorio nacional, cada año judicial, alrededor de 71.000 causas criminales. Y, desde 1915, según los datos de la Memoria de la Fiscalía del Tribunal, la criminalidad no sólo mantenía la constancia del crecimiento anual, sino que marcaba una inquietante tendencia a la aceleración entre 2,5% o 5%, respecto al curso anterior. El año judicial de 1919-1920, fue crítico; llegó a sumar, 85.758 causas incoadas. 

La criminalidad aumentaba de forma desenfrenada. Y, dos asesinatos esperpénticos -uno frustrado, otro consumado-, originados en Ourense, vinieron a incrementar la cifra de delitos. Conmocionaron a propios y a extraños. Se podría decir que contenían los ingredientes del mejor bestseller de novela negra. Hoy, es indiscutible que se harían, inmediatamente, “virales”. De hecho, a su modo, lo fueron. No hubo medio de comunicación que no le diese, ni a uno, ni a otro, máxima cobertura; inclusive, con ilustraciones a toda página. El material gráfico, avivó más aún, si cabe, la expectación. 

El primero de ellos tuvo un escenario singular. La Central Telefónica de Ourense se había instalado, en 1914, en los bajos de la casa número 17 de la plaza del Bispo Cesáreo. A la inauguración acudían José Rodríguez Medina, jefe técnico de la Compañía Peninsular de Teléfonos  y  un gran número de autoridades. Uno de los anfitriones, Eladio Sanz Bermejo, a la postre, jefe de Estación, en 1916, será el protagonista principal, de una trama que se hace “viral”.

Foto Xesta 1919. Policía señalando el pozo en donde se encontraba el cadáver de El Federal.
Foto Xesta 1919. Policía señalando el pozo en donde se encontraba el cadáver de El Federal.

Sobre las ocho de la tarde, apenas comenzado el verano, en la nueva central de teléfonos interurbanos, se oyó un ruido ensordecedor que procedía del interior del local. De repente, los viandantes veían salir  malherido  a Braulio González, un joven leonés natural de Valderas. Rápidamente, Manuel Quesada, practicante del Hospital, que  casualmente pasaba con la familia por el lugar, le presta auxilio en la farmacia de Ramos. Al poco tiempo, se personaba en el lugar de los hechos, la autoridad civil y judicial  y, en seguida, trascendían las primeras pesquisas. El agredido era un conocido profesional del juego. 

Hacía unos días, la víctima había recibido un aviso para conferenciar, a las doce y media de la mañana, con Vigo. Cuando se dispuso a llamar, una avería en la red le impidió hacerlo. Disculpándose, el jefe de Estación lo cita para las ocho de la tarde. Y, es en ese instante, es en el que Eladio Sanz Bermejo ejecuta su plan. Desbordado por su crítica situación personal -había tenido problemas con el juego e, incluso, había perdido dinero de la empresa-, no se le ocurrió una idea más funesta que la de matar a Braulio para robarle alrededor de 5.500 pesetas. Además, tenía previsto hacer desaparecer el cadáver, enterrándolo en la fosa que habían excavado dos celadores en el sótano de la Central, bajo pretexto de reparar un cable. Sin embargo, todo se fue al traste cuando, tras arremeter con un pico contra la víctima, Braulio González, malherido, consiguió escapar. Al final, el jefe de la Central, sintiéndose descubierto, se pegó un tiro.

Foto Salazar 1916. Lugar de la Central Telefónica en el que se quería enterrar el cadáver.
Foto Salazar 1916. Lugar de la Central Telefónica en el que se quería enterrar el cadáver.

Precisamente, la codicia y el dinero fue el móvil de otro crimen que también aconteció a puertas de la capital de las Burgas, tres años más tarde. El asesinato de “El Federal”, un chamarilero del rastro madrileño, no dejó indiferente a nadie. Se difundió como la pólvora por la prensa. El cadáver de José Delgado, desaparecido durante unos meses, se encontró, el 31 de mayo de 1919, gracias a las confidencias que Nicolás Rodríguez  “el Valentón”, le hizo al juez. Éste había declarado que él y Antonio Expósito, “El Gallego”, se habían hecho amigos en la Cárcel Modelo. Ambos con la intención de apropiarse del dinero de “El Federal”, le proponen venir a Ourense con el pretexto de que puede llevar a cabo un negocio importante de hierros viejos. Llegados a la ciudad, se dirigen a la casa de Antonio Fernández, “El Marracú”. Como estaba previsto, le propinan un golpe mortal y después de robarle el dinero a la víctima, arrojan su cuerpo al pozo que estaba en la finca, que el presunto asesino, le tenía arrendada al farmacéutico, Carlos Valencia, en Mariñamansa. Cuando se encuentran los restos de “El Federal”, su hijo, acompañado por un gran número de autoridades, acude al levantamiento y a la identificación del cadáver. Desde ese instante, se ponía en busca y captura a “El Marracú” que, a raíz del crimen, había embarcado para América. Pasados los años, en 1924, la policía portuguesa alerta a la española de que Antonio Fernández iba a ser expulsado del país luso por no tener sus documentos en regla. Tan pronto se adentra en suelo español, es detenido.

Este asesinato, se producía en el momento en que la curva de la criminalidad alcanzaba el pico más elevado en lo que se llevaba de siglo. Los delitos cometidos contra bienes, en 1919, sumaban 40.032 causas, y contra personas, rondaba las 22.000. Casi las tres cuartas partes de la delincuencia que se denunciaba en los juzgados de instrucción españoles se perpetraban en estas categorías. La dictadura de Primo de Rivera puso freno a esta sangría. Aun así, baja lentamente. La memoria fiscal de 1925, todavía recogía 35.389 causas por delito contra la propiedad y 18.387, por atentar contra las personas.

Cuadro de 1884 de Aureliano de Beruete “Cercanías de Ribadavia”.  Colección privada.
Cuadro de 1884 de Aureliano de Beruete “Cercanías de Ribadavia”. Colección privada.

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