Opinión

La dinamita en el Congreso

Foto Solá 1924. Casa en Avión.
photo_camera Foto Solá 1924. Casa en Avión.

A menudo ocurre con los inventos... Al principio, son una novedad útil, pero también sospechosa. Le sucedió a Nobel. Trabajó denodadamente para facilitarle la labor a los mineros y a los constructores de túneles ferroviarios. Y descubierta la dinamita, de repente, ponía al alcance de todo quisque un instrumento, a la vez portentoso y peligroso. El propio inventor, con presuntuosa melancolía, no tardó en justificar su hallazgo. “Mientras más terribles sean los medios de destrucción -decía-, más se temerá la responsabilidad de declarar la guerra”.

Lo cierto fue que el anarquismo, en el último tercio del siglo XIX, se convirtió en su mayor cliente. Desde 1879 con la tentativa de asesinato de Alfonso XII, hasta 1897, año en el que atentan contra Humberto -rey de Italia-, no dejan de producirse actos criminales con dinamita. Incluso, el brutal ataque terrorista que se comete en el pueblo ourensano de Barroso -en al ayuntamiento de Avión, partido judicial de Ribadavia-, ocurrido sobre las dos de la madrugada del 19 de agosto de 1890, parecía querer decir que no había lugar en la tierra que pudiese resistirse a la revolución.

Ventura Lourido, miembro del partido conservador, había sido alcalde en el feudo de Adolfo Merelles -eterno candidato del partido liberal por el distrito del Avia-. Con posterioridad, fijó la residencia en la capital del Ribeiro. Aun así, este político que militaba en el grupo de Gabino Bugallal, pasaba temporadas con la familia en una casa que tenía en arrendamiento en el pueblo de Avión. Llegada la época estival de 1890, el exalcalde se acercó con su mujer y sus hijos a Barroso para asistir a la junta de Censo. Con tal motivo pernoctó con la familia en la vivienda habitual. Pero, de madrugada, una gran explosión no solo hacía añicos el edificio, sino que provocaba dos muertos -el propio Ventura Lourido y su hija Anunciación de 11 años-, varios heridos con pronóstico reservado -Rosa, su mujer, Eligio, su hijo de 16 años, y Domingo Porteves, el criado del cura de Layas-, y otros más leves -los dos hermanos, Alfonso y Leoncio-.

Sobre la una de la tarde se personaban en el escenario de los hechos el juez de primera instancia de Ribadavia, el alcalde de barrio, y el secretario del ayuntamiento de Avión. Más tarde, acudían también al lugar del siniestro, el sargento de la guardia civil, con dos de sus hombres, y los alguaciles del juzgado. Posteriormente, llegaba el fiscal de la Audiencia de Ourense.

El panorama era dantesco. La explosión había derribado las paredes de la casa y se había venido abajo la techumbre. Incluso la mula en la que había llegado el criado del cura de Layas yacía entre los escombros. El crimen de Avión, al igual que los sucesos de Jerez o el ataque al cuartel de Barcelona, traían la dinamita al Congreso. Estaban a la orden del día los atentados de la Mano Negra, formada por algunos de los que antes habían pertenecido a la asociación de los iluminados que en tiempos de la Unión Liberal ya habían atentado contra fábricas. Con todo, la noticia que, en un principio sacaba el Eco de Orense, causaba consternación en el país. Luego la recogían otros medios como La Correspondencia de España, El Estandarte, El Correo Gallego, La Almudaina, La Época, o el mismo, El Anarquista. Precisamente, esta publicación se convertía en portavoz del movimiento. No reivindicaba el atentado. Más que un acto para derribar al Estado -decía El Anarquista- el crimen de Avión, claramente, respondía a una trama producto de acciones caciquiles, entre conservadores y liberales, ambos monárquicos. La revista aseguraba que en el país se cometían actos criminales que luego interesaba revestirlos del carácter anarquista. Y la voladura de la casa de un agente electoral, avecindado en Avión, en un pueblo, que aún no disponía ni de carretera para acceder a él -aún en 1894 se replantea unir Beade, Avión y Beariz para empalmar con la de Pontevedra-, era uno de ellos. Lo más plausible era pensar -señalaba- que el crimen de Avión tenía la firma de alguien que con acceso a dinamita aprovechaba el desconcierto que vivía España.

Poco después de producirse la atroz tragedia, en el Congreso, Gabino Bugallal sacaba, de nuevo, a colación lo ocurrido en Barroso para defender la legalidad de su acta de diputado contra los vejámenes de Merelles. Señalaba que los liberales no habían digerido bien que, en el instante en que el candidato liberal había sido subsecretario de Gobernación, Ventura Loureiro del partido conservador se proclamase alcalde en las municipales. Por eso luego, cuando acudió a formar parte de la Junta Municipal del censo con vistas a las nuevas elecciones, por miedo a su influencia, volaron su casa. Murieron él y su hijo. Este hecho -argumentaba Bugallal- perjudicó al partido conservador por el pánico que infundió en sus partidarios. Todavía los presuntos autores de El Crimen de Avión no habían sido juzgados. La viuda y su hijo, ambos testigos de cargo, si bien abrigaban la sospecha de que los que se sentaban en el banquillo de los acusados -José Pérez y Benito Ramos-, eran los culpables de los hechos, no habían visto a los autores. Y los ochenta testigos más que desfilaron por el tribunal, tampoco. De nada sirvió, pues, el alegato final que hizo el fiscal, encaminado a demostrar la culpabilidad de los acusados, El veredicto del jurado fue de inculpabilidad. Aun así, lo que comentó al respecto, en el Congreso, el liberal Vicenti no fue el mejor de sus comentarios. “Es execrable el crimen-decía-; pero recuerdo que parte de la prensa de Galicia dijo que había sido justicia del cielo”.

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