Opinión

José Losada, "un hombre a un dedo pegado"

Caras y Caretas nº172. El dedo de José Losada.
photo_camera Caras y Caretas nº172. El dedo de José Losada.

Qué va!… No fue una “delicatesen” exclusiva de Quevedo. Le lanzó un dardo a Góngora, con ingenio, en donde más le dolía, por supuesto. Con todo, no era una novedad. Respondía a algo estructural. Tanto antes, como después de él, no dejó de hacerse crítica de los rasgos físicos de las personas. Que se lo digan a José Losada, un emigrante ourensano, llegado a la localidad bonaerense de Bella Vista, al que se conoció antes por ser el hombre del dedo gordo, que por ser el empresario que se dedicaba a trabajar el cuero y la lana. Pronto, se dijo de él que era “un hombre a un dedo pegado…

Caras y Caretas nº172. El dedo de J. Losada.
Caras y Caretas nº172. El dedo de J. Losada.

Claro que el ser humano a lo largo de su existencia ha alcanzado metas importantes, faltaría más. Muchas de ellas, impensadas; de acuerdo. Pero, no es menos cierto que todavía, en ocasiones, manifiesta actitudes que permanecen ancladas en las antípodas de la empatía. A menudo, cuando afloran no son para reírse de uno mismo, no; sino más bien, para mofarse de los defectos de los demás. Y el aspecto físico, la imagen o lo que algunos definen como desviaciones respecto de lo que consideramos normal -carencia de un bien, que diría San Agustín-, sin duda, está en el centro de la diana.

Es evidente que, en esto, no hemos mudado mucho. No es precisamente ésta, la aptitud que refuerza nuestra racionalidad. Sin ánimo de herir susceptibilidades, sólo hay que recurrir a algunos personajes de la historia para observar cómo se fueron repitiendo sucesivamente, los mismos clichés. A Arístocles, discípulo de Sócrates, por ejemplo, en Grecia, coloquialmente, el vulgo lo conocía por Platón -platos en griego, significaba ancho-, por lo ancho que tenía la espalda. Cicerón, el orador más brillante de Roma, arrastraba la carga del cognomen, pues, según Plutarco -cicero, en latín, significaba garbanzo-, se decía que un familiar suyo tenía en la nariz una forma parecida a aquella legumbre. En la Edad Media, sólo hay que acercarse a las cantigas de escarnio o maldecir. Y, en la Edad Moderna, era vox populi lo que se decía del italiano Montegna -pintaba la hermosura femenina y la celestial, como nadie, porque a través de sus pinturas combatía su propia fealdad- o del mismo Descartes -desencantado con su cuerpo, primero decidía dudar de la existencia de la belleza y a continuación, utilizaba aquella misma idea como un procedimiento metodológico más, para encontrar la verdad-… Ni siquiera la frente de Robespierre se dejó de criticar en la etapa del Gran Miedo, eso sí, “en petit comité”, so pena de acabar muerto en la guillotina.

La historia no libró a nadie del retrato caricaturesco; y más, si la “privación del bien”, saltaba a la vista. Ni el padre de Alejandro Magno -Filipo II de Macedonia, a pesar de ver por un ojo, más que otros por dos, se le conocía como el tuerto-, ni Cervantes -si bien escribía mejor él con una mano, que muchos con varias, para todos era el manco-, ni siquiera, los santos se salvaban de semejante maledicencia. San Antonio de Padua mismo, a pesar de ser tan venerado, jamás se pudo liberar del sambenito de su minúscula joroba.

Caras y Caretas nº172. José Losada.
Caras y Caretas nº172. José Losada.

Cómo va a sorprendernos, entonces, que en 1902 se hiciese viral el dedo del auriense, José Losada. La revista, Caras y Caretas, editada en Argentina, en la sección de curiosidades, entre dos noticias singulares, la de un caballo que nacía sin cola y la aparición de una mariposa enorme, destacaba gráficamente lo inverosímil del emigrante, natural de Ourense, que tenía el dedo corazón, claramente, desproporcionado, con respecto a los demás apéndices articulados de la mano.

Efectivamente, el dedo de la mano derecha que estaba entre el índice y el anular, medía de largo desde la primera falange a la última, 22 centímetros; y de circunferencia, 10 centímetros. Le cayeron cachondeos, no precisamente liliputienses. “El dedo de Losada está a dos dedos de lo inverosímil”; “el dedo de Losada o el Losada del dedo”; “el dedo del destino”; “si Bullrich -Adolfo Jorge Bulltich era el alcalde de la capital de Argentina, hijo de un financiero de origen alemán- comete un disparate debía ser señalado con el dedo de Losada”… Lindezas de este estilo, entre risas, lo hicieron uno de los personajes más conocidos de Bella Vista -un espacio urbano que comenzaba a crecer en las postrimerías del siglo XIX, gracias a la instalación de negocios, entre otros, como el del auriense José Losada-. La misma caterva que se mofaba de él, le estaba abriendo el camino para convertirse en el rey del cuero y de la lana.

Y, como si la Providencia quisiese tener algo que decir al respecto, hace 2 años, se hizo de nuevo, viral una imagen similar a la de hace 122 años. Esta vez una joven adolescente norteamericana de 16 años, Olivia Mercea, era la que recibía las críticas de la ira mundana por tener el dedo largo. Incluso se comparaba con el dedo de “ET: El extraterrestre”. De nuevo, el dedo corazón era el objeto de la crítica. Es obvio que, si Steven Spielberg no fue un visionario, no sería éste el dedo en el que se inspirase. De ser alguno, sería el del auriense. Ahora bien, en ambos casos, tanto en 1902, como en 2022 -ya oídas las barbaridades-, al menos, aprovecharon el interés que suscitó la noticia para promocionar sus respectivas carreras -empresario o modelo-.

Olivia Mercea. Imagen sacada de Tiktok.
Olivia Mercea. Imagen sacada de Tiktok.

 

Con todo, también hay personajes en la historia que nos dejan fructíferas lecciones de respeto para la posteridad; entre ellas, Margarita de Escocia. La que sería más tarde esposa de Luis XI, en uno de sus habituales paseos por palacio se percató de que, en un banco, se había quedado dormido el poeta francés, poco agraciado, Alain Chartier. Viéndolo se acercó y lo besó en la boca. No beso al hombre -dijo- sino la boca de donde salen tan excelentes poesías.

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