Opinión

El presidente, Primo de Rivera, en Ourense

Ourense recibe a Primo de Rivera, presidente del Directorio. Foto de Samaniego de 1924.
photo_camera Ourense recibe a Primo de Rivera, presidente del Directorio. Foto de Samaniego de 1924.

Si hubo una región que no le hizo, en general, ascuas al “escobazo” que protagonizó Miguel Primo de Rivera, esa fue Galicia; y, por descontado, Ourense, tampoco. El Marqués de Estella, con el golpe de Estado, suspendía la Constitución de la Restauración, e instauraba el Directorio Militar con la aquiescencia de Alfonso XIII. Y, en apenas un año al frente del gobierno, recorría el territorio gallego. La ciudad de las Burgas, con motivo de su visita, daba, una vez más, una lección de hospitalidad. No porque aflorase, de repente, una conciencia ideológica de cambio o porque se creyese que la Dictadura de Primo de Rivera, fuese el mejor de los regímenes; por supuesto que no. Ni siquiera, por la incertidumbre que generaba el movimiento obrero o agrario. Ciertamente creaban inestabilidad; sí. Aun así, ni por asomo, salvo excepciones, estaba cargado del radicalismo incendiario que tenían sus homólogos europeos. Al primero, aquí, en Ourense, les había quitado discípulos los defensores de la resignación -los Círculos Católicos Obreros-, y, al segundo, Basilio Álvarez lo había imbuido de una revolución fraterna. Había sido tan cauto que ni siquiera, a pesar del ruido que hacía, había sido capaz de solucionar, a estas alturas, el problema de los foros. Era, más bien, el alejamiento entra la tribuna y el pueblo, la que generaba indignación. El bipartidismo agonizaba. Se caía de viejo, ahogado en el desagradable aliento del pucherazo.

En Europa, la crisis de las democracias hacía que apareciesen los falsos “Mesías”. Aun así, en España, de momento, Primo de Rivera, con la precisión de un cirujano pensaba que, una vez regenerado el sistema durante el bautizado por sus acólitos “paréntesis de sanación o curación”, la madre patria volvería a disfrutar de libertad. Los mangoneos, las adulaciones, o las hipocresías, no eran sino oropeles que ya no daban solución a los problemas reales del pueblo. Por encima, el incremento de la delincuencia o el problema de África, eran más leña al fuego. Incluso, los intelectuales, salvo los más díscolos, pensaban que el Directorio Militar era un mal necesario. Hacía falta una regeneración. E, irremediablemente, el coste que se pagaba era pasar por una fase institucional de dictadura que, además, tan sólo podría sobrevivir si estaba arropada por las masas populares. Por eso, aquella dictadura transitoria, al principio, causó fascinación; incluso en Ourense. Precisamente, en la ciudad de las Burgas, unos meses antes de la visita del presidente, quizás motivados por el afán oportunista de mostrar apoyo al movimiento, se creaba, en el Teatro Principal, Unión Ciudadana.

En el Cuartel de San Francisco, Miguel Primo de Rivera -tercero por la izquierda-, y a continuación Martínez Anido. Foto de Samaniego de 1924.
En el Cuartel de San Francisco, Miguel Primo de Rivera -tercero por la izquierda-, y a continuación Martínez Anido. Foto de Samaniego de 1924.

Al fin, el presidente, Miguel Primo de Rivera, viajaba a Galicia en un crucero de la marina de guerra desde el País Vasco. Tras recalar en Vilagarcía salía hacia Santiago para hacerle la tradicional ofrenda al patrón de España. Desde allí, comenzaba una ruta programática por A Coruña, Pontevedra y Vigo. La ciudad olívica, sorprendentemente, honrada por reyes, recibía, oficialmente, por primera vez, la visita de un jefe de gobierno español. Al día siguiente, se dirigía por carretera a Tui -de donde era natural Calvo Sotelo-, y, a continuación, a Ourense. El martes 29 de julio, después de almorzar en Melón, llegaba a Ribadavia, para, en seguida, salir con la comitiva hacia la capital ourensana.

Miguel Primo de Rivera en la plaza Mayor. Foto de Samaniego de 1924.
Miguel Primo de Rivera en la plaza Mayor. Foto de Samaniego de 1924.

Los pueblos de la comarca del Ribeiro se habían dado cita en la villa para tributarle un gran recibimiento. Habían erigido a su entrada un hermoso arco de triunfo del que colgaba una pancarta que decía: “Ribadavia, al renovador de España”. Ni la lluvia deslució el acontecimiento. A lo largo de un kilómetro, adornado con miles de banderas regionales y nacionales, alrededor de seis mil ciudadanos, según datos de los cuerpos de seguridad, se agolpaban para darle la bienvenida al presidente del Directorio Militar. Miguel Primo de Rivera, realizaba el trayecto a pie, acompañado por el regidor, Meruéndano, hasta cerca de la estación. Al final del puente, sobre el Avia, se levantaba otro arco, también obra de Jaime Loureiro, en el que se podía leer: “Viva el Ejército y Viva el Directorio”. Después de un breve discurso, entre atronadores aplausos, el presidente se despedía de los “ribeiranos” y, custodiado por una treintena de coches, sobre las tres de la tarde, hacía su entrada en la ciudad de las Burgas. Otro arco triunfal soportaba una petición recurrente de la administración ourensana: “Ferrocarril de Ourense a Zamora”. En el Puente Mayor lo recibían las autoridades civiles y religiosas. Y, escoltado por la comitiva recorría, a pie, la calle Progreso, bajo la atenta mirada de los cuerpos de seguridad que acordonaban la zona hasta el Gobierno Civil. Sin apenas descansar, antes de trasladarse a la Casa Consistorial, visitaba la catedral. A continuación, recibía a los ediles de la provincia en el ayuntamiento. Ya, sobre las diez de la noche, asistía en compañía del alcalde, Olegario Muñiz Álvarez, y del líder de Unión Patriótica, Salgado Biempica, al banquete popular de 1.500 platos que servía el Hotel Roma en los jardines de Posío. Frente al palco de la banda se situaba la mesa presidencial, y, a ambos lados de la venida central, se disponían 25 largas mesas, a derecha e izquierda. Varias bandas y el coro Os Enxebres amenizaban la celebración. El evento había sido un hito. Sin ninguna duda, la ciudad estaba preparada para acoger, en apenas tres años, la tournée de marketing que emprendía Alfonso XIII para apuntalar el crisol de la monarquía.

En la 1º fila Calvo Sotelo y Berenguer -sucesor de Primo de Rivera-. Foto de 1926 sacada de la revista Domecq.
En la 1º fila Calvo Sotelo y Berenguer -sucesor de Primo de Rivera-. Foto de 1926 sacada de la revista Domecq.

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