Opinión

“El de Ribadavia”, protagonista en el Siglo de Oro

Foto Manuel López 1917. Transporte de uvas en Leiro.
photo_camera Foto Manuel López 1917. Transporte de uvas en Leiro.

No, no. No se trata de ensalzar, sin más, el vino que emana de los viñedos “ribeiranos” que avistan el Avia o el Miño; no. Ni tampoco se trata de hacer una apología de sus atributos; ni mucho menos. A veces la historia se impone tal y como fue -wie es eigentlich gewesen-, diría Ranke. E incluso, en ocasiones, es por esencia reivindicativa. El abolengo y la solera del Ribeiro, o de “el de Ribadavia” -nombre con el que aparece en muchos textos del Siglo de Oro-, es ancestral. Y éste es un hecho diferencial…

Muchos autores han elogiado el fruto de la vid desde tiempos inmemoriales. Gonzalo de Berceo mismo, fraile benedictino -como los de San Clodio-, ya en el siglo XIII lo tenía en tal estima que decía: “Que todos los favores/ que pides al destino/ aun creyendo, en tu honor que los mereces/ no valen muchas veces/ lo que un vaso de vino…”. Pero es, en el Siglo de Oro cuando, a la par que la literatura, la vinicultura alcanza el cénit. Y en este escenario el de Ribadavia tiene un papel, junto a un grupo selecto de vinos, relevante. Llama la atención. Mismo, a veces, desconcierta; máxime, cuando el transporte era aún muy arcaico, o, los prejuicios anti-galleguistas -la leyenda negra- eran el pan de cada día.

Foto Manuel López 1917. Viñas en el Ribeiro.
Foto Manuel López 1917. Viñas en el Ribeiro.

Lope de Vega, por ejemplo, tan pronto podía decir “Gallegos, gente non sancta”, como al instante, al igual que otros autores contemporáneos suyos, podía ensalzar los tributos del Ribeiro. El criado de Don Juan -en la comedia Don Juan de Castro-, al abandonar Galicia en compañía de su señor, sentía nostalgia de no poder volver a disfrutar, in situ, de aquel néctar. “Vino de Ribadavia, -decía- otros te beban”-. No, no... no era algo baladí. El vino para Lope no solo poseía un carácter festivo o divino. También tenía un componente ideológico. Diferenciaba al castellano viejo del musulmán –éste tenía prohibido beber alcohol-. En Ya anda la de Mazagatos elige dos vinos caros -uno de ellos el de Ribadavia- para marcar la diferencia: “¿Moro yo, cuando es tan rancia/ mi estirpe? ¡Eso no, eso no! / San Martín y Ribadavia/ son testigos de que soy/ rancio enemigo del agua”. E incluso, en otras obras, se exaltan sus propiedades salutíferas. Lo describen como un excelente remedio para aliviar problemas estomacales. “…Un bizcocho y una azumbre de lo de Ribadavia -se dice, en Estebanillo González- …, me sosegó la tormenta de la barriga”.

Ciertamente, el vino de madre o fondón de Ribadavia había adquirido fama porque se suponía que curaba el peor de los males. Lo sabía bien el más grande de los escritores españoles. Cervantes no solo conocía como nadie el arte de las letras, sino también el del vino. Tenía sus propios viñedos. Y, para promocionar los caldos de Esquivia, localidad toledana de su esposa, Catalina, los menciona siempre entre los mejores.

Años sesenta. Vista aérea Ribadavia capital del Ribeiro
Años sesenta. Vista aérea Ribadavia capital del Ribeiro

Las Novelas Ejemplares dejan clara evidencia de que es un especialista tanto de la bodega española como de la italiana. En el Licenciado Vidriera, en concreto, cuando el Manco de Lepanto relata las peripecias de los soldados, Tomás y Diego, que llegan a una posada de Génova, da una lección magistral de las regiones productoras de buenos caldos tanto italianos como españoles. Muestra una “carta de vinos” que es todo un alarde de conocimiento vinícola. De los veinte caldos que cita, nueve pertenecen a diferentes regiones de Italia, y los otros once se corresponden con localidades vitícolas de España. Todos destacan por su calidad, y por supuesto, también por el precio. Allí figuraba el Ribeiro o “el de Ribadavia”. “Ofreció -decía en El Licenciado Vidriera- a Esquivias, a Alanis, a Cazalla, Guadalcanal y la Membrilla, sin que se le olvidase de Ribadavia y de Descargamaría”. Y con prosa incomparable en El Coloquio de los perros volvía a honrar el vino ribeirano. “Ahora -afirmaba- salta por el licor de Esquivias, famoso al par del de Ciudad Real, San Martín y Ribadavia”. Para él más que para ningún otro autor del Siglo de Oro el vino fue un tema recurrente en sus textos. Con todo, tampoco pasa desapercibido en la obra literaria de Tirso de Molina.

El clérigo de la Orden de la Merced, bautizado con el nombre de Gabriel Téllez, repite en ella, aunque de manera más selectiva, la “carta de vinos” cervantina. Y, el de Ribadavia mantiene su protagonismo. En La villana de la Sagra, una vez más, se pone en boca de sus personajes las excelencias del Ribeiro, junto a otros vinos que entran dentro de la categoría de excelentes: “No se vende aquí mal vino/ que a falta de Ribadavia/ Alejos, Coca y Pinto/ en Yepes y Ciudad Real/ San Martín y Madrigal/ hay buen blanco y mejor tinto”. Todos tenían en común que eran caldos caros. Se expendían en unas pocas tabernas delicatesen de Madrid, precisamente, para controlar la calidad. Parte de la obra tirsiana, al igual que Lope de Vega, escancia con humor rancio la vida gallega, no obstante, simultáneamente, eterniza con sus versos el vino de Ribadavia. “Aunque Galicia/ de nuestra amistad se agravia -decía en La Villana de la Sagra-/ en esta ausencia dispense/ conmigo el tinto de Orense/ y el fondón de Ribadavia”. Reiteradamente, lo alaba en Los amantes de Teruel, en Escarmientos para el cuerdo o La romera de Santiago. En palabras de uno de sus ingeniosos criados lo define como “el rey de los vinos, o el monarca”.

Foto Chao. Vendimia.
Foto Chao. Vendimia.

Es incuestionable, pues, que el rol que tuvo el de Ribadavia en los textos áureos de los siglos XVI y XVII, lo hizo, universalmente, célebre. Y, con el tiempo hasta Rosalía de Castro, musa de la saudade, aunque no lo consiguió, consideró acallar su pena y su dolor, con él -Anque me des viño do Ribeiro de Avia…/ madre querida non sei que me falta-.

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