Opinión

“El soldado de Nápoles” asola la provincia

Ante Bugallal se coloca la primera piedra del Gran Hospital. Foto J. Pacheco 1911.
photo_camera Ante Bugallal se coloca la primera piedra del Gran Hospital. Foto J. Pacheco 1911.

Lamentablemente, fue una pesadilla. Solo pensarlo, causa pavor… A nadie se le escapa que el azote de la reciente pandemia sembró en el orbe, por momentos, desolación. Fue traumático. La humanidad se sintió frágil, a la vez que desorientada e inerme. Y, pese a la esperanza que la mayoría de las personas tenía en la ciencia médica contemporánea, la aparición de aquel virus infectocontagioso e invisible, fue un dardo mortal para muchos hogares. No es difícil, pues, imaginar, en este escenario, el pánico que pudo producir la pandemia de 1918, cuando las disciplinas relacionadas con la salud todavía estaban en pañales. El mundo aún no estaba recuperado de la plaga de 1892 -Pfeiffer descubría el que consideraba el microbio causal de la gripe-, cuando se veía de nuevo inmerso en el oscuro camino de la indefensión. En poco tiempo se saltaba de la sartén al fuego. Solo en los tres últimos meses de 1918, “el soldado de Nápoles” -apodo con el que aludía la prensa a la gripe, debido a que era tan pegadiza como la canción de Serrano-, había causado medio millón de muertos.

Asilo Ilundain. Al fondo el concejal Arturo Fernández Magdalena. Foto Xesta 1928.
Asilo Ilundain. Al fondo el concejal Arturo Fernández Magdalena. Foto Xesta 1928.

Mientras la mayoría de los países europeos estaban más atentos a cómo podían llegar al final de la Gran Guerra, los medios de comunicación españoles, más pronto que tarde, ponían al descubierto al temible invasor que se inmiscuía en los rincones más recónditos del Estado. En mayo de 1918, el gobierno reconocía que aquella influenza -término usado por anglosajones y alemanes- se presentaba con carácter de pandemia, si bien lo hacía de forma benigna. Aun así, se invitaba a evitar las aglomeraciones, ya que era allí, en donde se era presa fácil de su despiadada crueldad. A la par, los periódicos locales, como La Región, hicieron un registro tan minucioso de cómo aquel agente infeccioso microscópico se adueñaba de las viviendas, que la prensa internacional, en especial la londinense, lo bautizó con el nombre de “gripe española”.

Fue, sobre todo, en setiembre, con la llegada del otoño, cuando comenzó a adquirir una virulencia aterradora. Maura se veía obligado a reconocer que en todos los cuarteles había bajas. Cifraba el número de afectados en 3.500. Y fue, según los datos oficiales de Gobernación, en la última semana de este fatídico mes cuando “el soldado de Nápoles” -al que le pone cara con sus viñetas Lorenzo Aguirre-, asoló también Ourense. Causaba alarma la facilidad con la que se cebaba con las gentes tanto de Ribadavia como de sus pueblos limítrofes. Era una de las villas más perjudicada del Estado. Había 300 enfermos, de los que 16 estaban muy graves por complicaciones bronco-neumónicas. El pueblo esperaba resignado, al igual que Isaac, a que algún ángel detuviese el amenazante brazo de Abrahán. Pero, no tenía visos. El 24 de setiembre el Boletín Oficial publicaba la circular del gobernador, Pedro Villar, en la que declaraba el estado epidémico por infección gripal en todo el término municipal. Pronto se haría extensiva al resto de los distritos. Lejos de ceder, “el soldado de Nápoles” se extendía por toda la provincia. En la primera semana de octubre, aunque los puntos de su mayor intensidad seguían registrándose en Ribadavia y O Carballiño -en tierras del Avia se producían diariamente de ocho a diez defunciones; en las del Arenteiro, ocurrían 29 muertes, en los últimos días-, también se afincaba en la capital. Cada día, “el germen asesino” segaba la vida de cinco o seis personas.

Ante el cariz que tomó semejante devastación, tanto en Ourense como en otros lugares del mundo, se puso en marcha un paquete de medidas que cualquier gobierno suscribiría en los años covid-19. Se suspendieron las clases, las oposiciones, las ferias, las fiestas tradicionales, la emigración, los duelos en los entierros, los lugares de ocio, los juicios orales, o se desinfectaron las calles -se regaban con sulfato de cobre-. En Nueva York, el comisionado sanitario llegó, incluso, a advertirles a los ciudadanos de que no debían de besarse, a no ser, a través de un pañuelo -se pusieron de moda las mascarillas blancas de tela de algodón-, ni ir a las barberías -hubo un récord de ventas de hojas de afeitar-, y, mismo, instituyó los “domingos sin escupitajos” so pena de arresto -fueron arrestados alrededor de 500 neoyorquinos-. En general, la comunidad científica decía no disponer de recursos. Y, los médicos pensaban que era imposible combatir la voracidad de aquel “feroz soldado” sólo con recetas…

Edificio que cede el obispo de Ourense para instalar el hospitalillo. Fotografía Xesta 1918.
Edificio que cede el obispo de Ourense para instalar el hospitalillo. Fotografía Xesta 1918.

Con todo, de la tragedia emergió la caridad -término al que vino a sustituir, en la actualidad, la solidaridad, despojando a aquél de lo sagrado-. Se abrían suscripciones, se preparaban pabellones o hospitalillos, como el de la Cruz Roja en Ourense - atendido por tres siervas de María y el practicante, Eduardo Fernández-; hasta, el edificio del Círculo Católico de la capital se convertía en hospital. El obispo, Eustaquio Ilundain, lo cedía para acoger a los damnificados por el “virus invisible”. Además, aportaba a la suscripción popular que abría el Gobernador Civil, 5.000 pts. Ciertamente, la sintonía entre la iglesia, el gobernador Civil, y el ayuntamiento, en la ciudad de las Burgas, permitió arrancar a muchos niños de entre las garras de la muerte. Poco a poco, tras dejar detrás de sí un dolor hasta entonces inimaginable -había segado, en el mundo, la vida de 40 millones de personas-, el “soldado de Nápoles” fue dejando de prodigar el infortunio. Aun así, es necesario estar como centinelas puestos en la atalaya, sin bajar la guardia, para avizorar al enemigo antes de que una vez más vuelva a adueñarse de nuestras vidas. De la reciente pandemia seguro que algo hemos aprendido.

Viñeta de 2 de octubre de 1918: “El soldado de Nápoles” se adueña de España.
Viñeta de 2 de octubre de 1918: “El soldado de Nápoles” se adueña de España.

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