Opinión

La desconexión moral

En muchas épocas de la humanidad se ha hecho necesario reivindicar la ética y la moral, como lo es ahora. El profesor Luis Fernando Vílchez, psicólogo educativo y clínico, doctor en Ciencias de la Educación -una de sus muchas pasiones- y profesor emérito de la Complutense acaba de publicar un libro -"Inteligencia moral", Editorial PPC- absolutamente recomendable para todos, especialmente para educadores, padres -hay interesantísimas reflexiones sobre internet y los videojuegos, por ejemplo-, políticos, sean de "la casta" o de "la trama" -¡ay, Pablo, cómo cambia el lenguaje para que no cambie el discurso-, y sobre todo para ciudadanos preocupados con el mundo que estamos construyendo.

De todo el libro me ha fascinado especialmente el capítulo dedicado a la "desconexión moral", un término acuñado por Albert Bandura, psicólogo canadiense originario de Ucrania y, como dice Vílchez, un "desenmascarador de conductas", lo que necesitamos aquí y ahora. Bandura, dice el autor, "indaga en los mecanismos cognitivos que los seres humanos utilizan para llevar a cabo una desconexión moral cuando realizan actos inmorales sin experimentar ningún sentimiento de culpa". Pongan nombres propios de nuestra realidad cercana a esta afirmación. Esa desconexión moral -a veces permanente, a veces temporal, según interese- adopta diversos mecanismos psicológicos: la justificación moral de convertir en justo lo que no lo es; la comparación de conductas reprobables con otras que lo son aún más para disminuir o anular el remordimiento; el lenguaje eufemístico que enmascara conductas reprochables; la minimización de las consecuencias de la conducta inmoral; la desvergüenza de culpar a las víctimas y negar su dignidad -"eran unas alimañas" o "algo habrán hecho"-; o la difusión, con el ventilador, de la responsabilidad -"eso lo hace todo el mundo"-.

Vílchez aporta una reflexión profunda, actual, provocadora sobre algo que es peor aún y que está integrado en nuestra actitud social: la desconexión moral sistémica. Lo que sucede "cuando empieza a verse como 'normal' que haya un 'porcentaje' de inmoralidad inevitable en el seno de la sociedad y que no se pueda erradicar; que muchos actúen al margen de las leyes, en lo que tienen de normas reguladoras de la convivencia y en lo que tienen de comportamiento ético, y no pase nada". La disculpa de la corrupción, el voto a los partidos corruptos, la omisión del deber de solidaridad con las tragedias del Tercer Mundo son algunos ejemplos. "Hay una desconexión moral sistémica -dice el autor- de los países ricos hacia los países pobres y dentro del propio país, de unos a otros. Se vive cómodo y tranquilo si uno no se quiere enterar de lo que pasa y si, de antemano ha desconectado".

Hay que construir redes sólidas para acabar con esa desconexión y sólo puede hacerse aplicando la "inteligencia moral" desde la escuela y la familia a todos los ámbitos de la vida. La amoralidad desmoraliza, la inmoralidad destruye y se contagia. Por el contrario, la moralidad construye y edifica. Busquen el libro y léanlo. Necesitamos nuevos apóstoles de la inteligencia moral para que no acabemos todos en la ceguera moral de la que hablaba Bauman.

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