Opinión

2020, año 0

2020, ¡qué año! Quedará en los libros de Historia, suponiendo que siga habiendo libros (sobre todo de Historia), como el año cero del ocaso de la civilización. La pasividad de las masas, la ambición desmedida de los explotadores de los recursos naturales, la negligente gestión de los respectivos gobiernos, la ineficacia de las Naciones Unidas y demás organismos internacionales, la alienación de las generaciones más jóvenes, el dominio de la pornografía sobre el erotismo alterando las funciones cerebrales del sistema límbico, el descrédito de las religiones monoteístas, la crisis de las ideologías, la corrupción que acompaña al ser humano desde el Paleolítico… Todo ello, mezclado en la coctelera de una sociedad desgastada y desmotivada, atemorizada por una pandemia que altera sus hábitos y crea una situación donde la violencia, el miedo y la mentira acompañarán a los jinetes del apocalipsis. Jinetes que ya cabalgan por el pervertido Edén, ofreciendo placeres, diversión y consumo.

A pesar de todas esas calamidades, el viejo estaba tranquilo. Aparentemente su serenidad no correspondía con el panorama que anunciaba el próximo futuro. Él estaba convencido de que los acontecimientos tenían que seguir fluyendo. Cada día, cada hora, cada minuto las malas noticias brotaban de los medios de comunicación como resultado perverso de los triunfos de los jinetes malditos. El negar la evidencia podía desestabilizar el equilibrio emocional y alterar los sentimientos y eso, el anciano milenario, ya lo había vivido con resultados muy negativos. 

La sequía pertinaz, agravada por unas temperaturas infernales, desertizaba los campos, yermos como los vientres de vírgenes centenarias. Mientras, el fuego teñía de negro los montes y valles que habían perdido su belleza y esplendor. Los bosques habían cedido su espacio a la furia asesina de tenaces arboricidas, sierras y buldóceres trabajaban sin descanso, dando salida a su instinto asesino. Los cuatro elementos (fuego, agua, aire y tierra) habían roto la armonía creativa de la vida (al faltar el espíritu Éter) y el caos se había adueñado del orbe.

En ese dramático escenario no debía de producir sorpresa alguna que un rey (hoy emérito, pero no olvidemos que ejerció la Jefatura del Estado casi cuarenta años) presuntamente corrupto, huya del pueblo al que ha defraudado y engañado. Las monarquías, al igual que las rancias aristocracias que les acompañan, pertenecen a un pasado anclado en el lujo, la corrupción y el absolutismo. Su vinculación con derechos dinásticos obtenidos al margen de los valores que deben de acompañar a quienes los pueblos libremente eligen, es anacrónica y antidemocrática.

El monarca huido es, sin duda, un personaje digno de estudio, algo que el viejo se negaba a desarrollar, es un tema de psicólogo. ¡Es un Borbón y actúa como sus ancestros, tiene ramalazos del “deseado”! Parece simple, inestable, conquistador, posiblemente bipolar, se considera juerguista, campechano… Pero es designado rey por el autócrata fascista que tanto daño hizo a los españoles, aunque fue refrendado posteriormente por el pueblo en el referéndum que aprobó la Constitución. El viejo pensó: es una extraña mezcla de codicia y poder. Pero no debemos olvidar que hoy se está instrumentalizando su caída, con el fin de que la opinión pública centre su atención en ese tema y se olvide de la grave crisis que asola a la humanidad y, sobre todo, a nuestro país. Quizás la República haya ganado una importante batalla, que no la guerra. 

El viejo milenario susurró: antes o después España será republicana, siempre que el coronavirus sea derrotado y el Rey Sol (no me refiero a Luis XIV) lo permita. 

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