Opinión

Árboles y dignidad

El 11 de febrero del año 2006, el Viejo Milenario escribía una de sus centenarias reflexiones: “Paseando por el pueblo en el que resido, he observado que en una pequeña plaza situada en el centro de la villa dos árboles yacían muertos por la acción desaprensiva de algún vecino molesto por su proximidad. Un tercer árbol agonizaba a causa de la gravedad de las heridas que anunciaban su próxima muerte; mortales agujeros hechos con taladro facilitaban la introducción de venenos tóxicos para su organismo. A nadie le importó que estos árboles fueran el refugio de cientos de pájaros que anualmente anidaban en sus ramas, creyéndolas protectoras y seguras. Alguien, probablemente de forma clandestina, aunque contando con la pasividad institucional, había decidido eliminarlos”. 

Los árboles estorban. Sus hojas son ruidosas y sucias. Los pájaros, incómodos, desagradables y además trasmiten enfermedades. Son algunos de los pensamientos mezquinos y egoístas de los “urbanitas”, que no valoran la importancia de la naturaleza y creen que todos los seres vivos están su disposición por designio divino. Decía Víctor Hugo: “Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no escucha”. El Viejo Milenario terminaba la reflexión con un deseo: “¡Oh, si al menos estas líneas sirvieran para salvar los últimos árboles de la pequeña plaza de Juan XXIII!” Pero la sentencia de muerte se aplicó sin publicidad y alevosía 

No pretendo poseer la intuición de una “actividad anticipatoria anómala”, al profetizar hace 17 años el triste final de los árboles de la plaza de Juan XXIII. Muchas variables negativas aventuraban un desenlace letal: vecinos en su contra, el sentimiento arboricida, la consabida justificación de que “estaban tan enfermos que no tenían salvación”. Lo más grave es que el exterminio continuará y pequeñas batallas aventuran un genocidio final. El principal objetivo es talar a los gigantes protectores de la carretera de Celanova, aunque también corren peligro los ubicados en la Plaza Mayor, acusados de levantar con sus raíces el empedrado. 

Los defensores de los árboles instamos a las fuerzas políticas con representación en la Corporación Municipal que aprueben una iniciativa conjunta declarando “bien de interés natural” la totalidad de los árboles de la carretera de Celanova. Y hacer un inventario de los árboles nobles centenarios, fundamentalmente castaños y robles, a efecto de incluirlos en un catálogo de protección de seres imprescindibles para la vecindad. La Sociedad Galega de Historia Natural, reconocida defensora de la biodiversidad de la comarca de A Limia, y la Asociación de Amigos de los Árboles participarían en una comisión de valoración del patrimonio natural limiano y serían consultados previamente de cualquier actuación que afectara a los árboles.

Ante manifestaciones oportunistas y sesgadas sobre la parcialidad de los defensores de los árboles, el Viejo Milenario manifiesta que siempre han priorizado la lucha por el patrimonio natural independientemente de la postura ideológica de quien gobierne las instituciones. Cada cual es responsable de sus actos y no caben posturas intermedias. El Viejo Milenario fue candidato a la Alcaldía de Xinzo y recibió presiones para que permitiese la tala de los árboles de la carretera de Celanova y, ante la insistencia de algún vecino que le amenazó con que en la zona no lo votarían por su negativa a la tala, a tal amenaza respondió: “Le ruego que no me vote, los que piensan como Vd. son los responsables del caciquismo más cerril y su voto contamina”. El Viejo perdió las elecciones pero conservó la dignidad.

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