Opinión

Bergoglio, el hombre

Estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo orden; complejo, violento, incontrolado, sutil, aniquilador, alienante… Comienza de forma caótica, salvaje, cruel; la norma se desprecia, el miedo se expande, la solidaridad se estratifica de forma rebelde y al margen de las instituciones. La privacidad desaparece, el dinero se adueña de los espíritus, la tecnología controla a la persona. Los sentimientos se venden y se compran en un mercado virtual; el sexo se trivializa, el placer se enquista en una partida de póquer; la conquista se convierte en el triunfo del mercado. Lo absurdo consigue ser un grado universitario; religión, política, leyes, normas, tasas, impuestos, carnés, células; cadenas de un estado sin territorio. ¿La patria?, un rifle, una bandera, un trofeo y un parlamento, ¿tal vez algo más?

Mediocres y estúpidos toman grandes decisiones; guerras, boicots, pactos, amenazas, invasiones, comercio y más normas para que no exista el control sobre la norma. La banalidad se adueña de los cerebros; la mentira se hace imprescindible; la burla se convierte en un arte.

¿Usted quién es?: nombre, apellidos, profesión, familia, dirección, DNI, nº de SS, militancia política, estudios… ¿y como humano? ¿? Cientos de millones de zombis se mezclan con seres humanos que aterrorizados rinden pleitesía a las nuevas tecnologías. Un anonimato forzoso obliga a buscar identidad en el plástico bancario; el sanedrín de la pureza intenta controlar el mundo y juega una partida con premios (éxito) y castigos (pobreza y sufrimiento).

Un cúmulo de errores allana el camino al caos; Siria, campo de batalla de la nada contra la ignominia, la barbarie se entrena en un mar de sangre mientras las víctimas huyen despavoridas del horror y siembran de dolor los campos insolidarios de la vieja Europa. Los viejos fantasmas anidan en los cuerpos de crueles vampiros resucitados para ejercer el mal con impecable traje populista: el húngaro Víktor Orbán, fascista y xenófobo; el checo Bohuslav Sobotka, disfrazado de socialdemócrata; la primera ministra letona, la liberal conservadora Lamidota Straujuma; el amenazador primer ministro eslovaco, Robert Fico; la hipócrita ministra polaca Ewa Kopacz y el no menos demagogo primer ministro rumano, Klaus Iohannis. Líderes de antiguos países de la órbita soviética ejemplo del fracaso del “hombre nuevo” y fracaso de las democracias de nuevo cuño. Me niego a ser conciudadano de seres monstruosos como Orbán, tan alejado de los principios democráticos como cualquier dirigente del III Reich; exijo desde estas líneas la inmediata expulsión de la UE de Hungría por la vulneración sistemática de los derechos humanos (exigencia vana y fútil).

¿Y Cataluña?, recordemos Kosovo, no nos olvidemos de Macedonia, de Montenegro, de Eslovenia, Croacia, Bosnia, desgajadas violentamente de la extinta Yugoslavia o de Chequia y Eslovaquia divorciadas amistosamente. Derechos emocionales regados por el odio. ¿Europeos?, identidades provechosas para gozar del teórico bienestar, fruto del salvoconducto del privilegio; números cardinales ahogados en el mar de la esperanza, la eterna partida entre la vida y la muerte; Ingmar Bergman lo plasmó magistralmente en “El séptimo sello”.

Pero sin embargo en este mar de confusión algo surge inesperadamente: “Un caballo blanco, su jinete llamado el Fidedigno y el Veraz, juzga y combate con justicia. Sus ojos son como llamas de fuego y múltiples diademas adornan su cabeza” (Ap 19, 11). ¿Será Jorge Mario Bergoglio el jinete descrito en el Apocalipsis?; no lo puedo afirmar, pero hoy representa la voz de los justos contra la infamia y se está convirtiendo en adalid de los pobres y oprimidos. En el Apocalipsis 20 se relata la derrota del dragón; sus múltiples cabezas se regeneran como las de la mitológica Hidra de Lerna: la guerra, el hambre, la opresión, la injusticia social, el fanatismo, la mentira, el miedo, el dinero, la ambición, la crueldad, la desigualdad social, la soberbia… y, sobre todo, el “ego”.

Humanidad es la condición a la que todos hemos de aspirar para ser algo más que un número y un nombre. Gracias Bergoglio por tu compromiso por la vida digna de tus semejantes.

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