Opinión

Chantaje inadmisible

Syriza no puede ganar!, amenaza con firmeza la canciller alemana Angela Merkel; ¡si así fuera Grecia seria expulsada de la Eurozona! ¡No se puede tolerar un ejemplo tan negativo para otros países deudores!, brama contundentemente el ministro alemán de finanzas, Wolfgang Schäuble. Según ellos, Europa no tolerará que Alexis Tsipras llegue a configurar gobierno en el país heleno e intente cumplir con su programa electoral; el abandono del rescate y la quita de parte de la exuberante deuda griega que alcanza del 177% del PIB. Cuando la realidad es que este endeudamiento no ha mejorado la calidad de vida de los griegos; el paro ha pasado del 18% al 25% y sigue subiendo, los servicios públicos han perdido calidad, los sueldos y las pensiones redujeron su poder adquisitivo. Angustia, dolor, miseria… ¿es eso lo que ofrece Europa a los ciudadanos de los países endeudados? 

Los mercados son despiadados, pero imprescindibles en un capitalismo globalizado, y utilizando subterfugios pseudodemocráticos han subordinado el interés general a sus lucrativos beneficios; contra lo que los estados, mermados de soberanía, poco o nada pueden hacer. ¡No!, eso es lo que nos quieren hacer creer. Hay tres características que definen una deuda como “odiosa”: cuando el gobierno del país recibe un préstamo sin el conocimiento y aprobación de los ciudadanos; cuando los préstamos no se utilizan en actividades beneficiosas para el pueblo, y cuando el prestamista es conocedor de estos hechos y lo concede igual porque busca únicamente beneficios generados por un alto interés. (Condiciones que se han producido en España en el llamado “rescate bancario”, que por lo tanto podemos definir como deuda “odiosa”.)

A lo largo de la historia varios países han visto condonadas sus deudas por ilegítimas y “odiosas”. La deuda de la independencia de Perú en 1821; la de Miguel de Portugal en 1832; la de Maximiliano I de México en 1867; la de la independencia de Cuba en 1898 (la deuda de la derrota, que afectó a España); la de Costa Rica de 1923 (caso Tinoco)… Pero hay dos casos de condonación de la deuda que creo tienen un interés especial. En primer lugar, el acuerdo de Londres de 1953 sobre las deudas privadas alemanas contraídas antes de la Segunda Guerra Mundial, que ascendía a más de 22.600 millones de marcos, a la que había que añadir la deuda posterior a la guerra, de unos 16.200 millones. Los acreedores (EEUU, Reino Unido, Francia) acordaron una quita del 62,6 %, lo que fue clave para la recuperación de Alemania (paradojas de la historia, hoy es el país más exigente con los estados, teóricamente aliados, que se encuentran en situación límite). Otro caso muy reciente de deuda “odiosa” es el de Ecuador, cuyo presidente, Rafael Correa, la declaró inconstitucional e ilegitima porque obligaba a destinar el 50 % de los recursos económicos del Estado a su pago. Una frase de Correa resume su argumentación: “Lo primero es la vida, después la deuda”. Rafael Correa tuvo que enfrentarse a las amenazas del BM y el FMI. Para ello creo un Comité de Auditoria que llegó a la conclusión de que gran parte de la deuda era ilegítima y declaró el cese de pagos de la parte declarada como tal. Los acreedores sacaron la deuda al mercado con valores muy reducidos (el valor real de la deuda legítima) y el Gobierno compró su deuda por 800 millones, con un ahorro estimado de 7.000 millones. 

Lo que hay que clarificar es la legitimidad de las deudas asumidas por varios estados europeos como consecuencia de la actual crisis: la parte que ha repercutido en beneficio de los ciudadanos (y que por tanto hay que pagar), y la que ha sufragado los costos de la crisis financiera (al margen del interés general). Siryza, como formación política democrática, está plenamente legitimada para proponer al pueblo aquellas medidas que consideren mejores en aras de priorizar los gastos del Estado en un momento de crisis. Son los electores quienes libremente deben optar por aquellas propuestas que consideren más apropiadas para el interés del país. Cualquier injerencia externa es intolerable y propia de un colonialismo trasnochado o, lo que es peor, del imperialismo económico de los “mercados financieros”.

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