Opinión

Culpables necesarios

Es muy habitual en el ser humano culpabilizar a otro humano de las desgracias o problemas que le suceden. Esto es extrapolable a situaciones que afectan a las colectividades, de ahí la falta de rigor del análisis de aquellos que necesitan instrumentalizar la historia. No se profundiza en las causas que originan los procesos, se evita relacionarlos con aquellos principios que se comparten; se disculpan o relativizan aquellos hechos que incrementan la gravedad de la inferencia de nuestro entorno cultural y nuestra forma de pensar.

Esa simplificación nos lleva a afirmar que Lubitz, el copiloto asesino, es el único responsable de la catástrofe del avión de la compañía Germanwings. O que el terrorismo yihadista ha surgido de la nada para atemorizar al mundo. Se afirma con rotundidad que el maltrato se produce fundamentalmente en sectores marginales de la sociedad. Para otros la vida debe ser protegida en aquellos casos que consideran ideológicamente asumible, mientras se comparte la pena de muerte o la tortura como castigo a graves delitos. Se juzga severamente la corrupción, siempre que afecte al adversario y se ignora o disculpa en el afín. Se aplauden bombardeos con cientos de víctimas y se maldice al asesino vengador.

¡Culpables!, ¡venganza! Gritan unos y otros blandiendo las armas exterminadoras. ¡Por Alá!, brama el suicida salafista en el momento de su inmolación sangrienta. ¡Por la democracia!, argumenta el presidente del imperio antes de ordenar un bombardeo masivo sobre pueblos y ciudades. Se invadió Iraq por oscuros intereses económicos; se asesinó a Gadafi utilizando la fuerza de Occidente; se desestabilizó Siria sin otro argumento que la falta de libertad. Se siembra el odio, se expande la mentira, se divulga el miedo. ¡Todos son culpables!, menos los nuestros.

Recuerdo en mi niñez las groseras formas de lavar nuestros infantiles cerebros, promocionando héroes que justificaban acciones militares y combatían victoriosamente al enemigo que se identificaba con el mal. Hazañas bélicas era un cómic sobre la guerra de Corea, donde el mal era el amarillo comunista y el bien el libertador americano. El Guerrero del Antifaz representaba a un justiciero cristiano que combatía al cruel infiel, defendiendo el ideal español. En el celuloide era habitual aplaudir cuando la caballería del ejército americano exterminaba a los malvados pieles rojas.

No creo en el afán justiciero de Occidente mientras se tenga como aliado el más cruel de los regímenes teocráticos: Arabia Saudí, ¡culpable! De financiar el terrorismo más sanguinario, culpable de armar al Estado Islámico, culpable de esclavizar a las mujeres de su país, culpable de ajusticiar a inocentes aplicándoles estrictamente su rígida interpretación del Corán. Mientras Arabia tenga el control del islamismo suní no habrá concordia en el mundo musulmán.

Que difícil es condenar cuando antes se ha sido culpable; que difícil es ser juez cuando no se conoce la ley; que paradoja es la democracia cuando se impone por la fuerza de las armas; que absurdo es combatir el terror sementando terroristas. Que fácil es culpabilizar cuando el presunto culpable ya ha sido condenado.

Se puede leer en el libro de Chuang Tse: “Las gentes buenas y honradas se ven ignoradas, mientras los falsos aduladores se multiplican. Este sinsentido es el que ha producido tanta confusión en todo cuanto existe bajo el cielo” (siglo IV antes de C). La necedad nace con el hombre.

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