Opinión

Desesperanza

He estado tres semanas sin poder redactar una sola línea. Un agresivo vértigo me ha sometido a un aislamiento personal dentro del confinamiento general, tortura e impotencia han limitado mi libertad de pensamiento. La imaginación ha huido, las palabras se han ocultado dificultando mi ya limitado lenguaje. Siento un irrefrenable impulso de aportar un grano de arena, apoyando la mayor parte de las medidas adoptadas por el Gobierno de España en su lucha contra esta pandemia de origen desconocido, pero magistralmente diseñada en su letalidad selectiva. Me parece impecable la información que, a través de los representantes del Gobierno, se está trasmitiendo a los ciudadanos. Seguro que hay errores, pero los portavoces trasmiten honestidad y compromiso. Otra cosa son los mensajes que circulan por la red, están tan sumamente contaminados que he renunciado, por salud personal, a WhatsApp, Facebook y demás plataformas.

Lo que me admira es esa gran mayoría de ciudadanos que conscientemente se enfrentan a una situación para la que no hemos sido preparados. No ha habido ensayos, no se han practicado simulaciones, nadie de la vida civil se ha imaginado emergencias de esta categoría. Millones de personas del mundo entero se someten a una disciplina rígida y duradera; son escasos los momentos de tensión. Niños, ancianos, enfermos, mascotas… han asumido los inconvenientes de una “voluntaria” confinación, dando un ejemplo de civismo y solidaridad. 

¿Miedo a la muerte?, nacemos con la angustia de esa verdad inevitable. ¿Terror a las enfermedades letales?, de algo hay que morir y la naturaleza es implacable en su misión justiciera. ¿Ha parido el coronavirus un nuevo ser humano?, seguimos siendo lo que fuimos y solo la educación en valores puede modificar nuestra condición depredadora. Los corazones se inflaman de odio contra un enemigo invisible que ha alterado nuestra forma de vivir; cualquiera puede ser el emisario involuntario del verdugo que ejecute nuestras vidas. Muchos miserables instrumentalizan ese rencor tratando de aniquilar a sus enemigos y adversarios políticos. No dudan para ello en mentir, enturbiar las relaciones humanas y destruir la convivencia en paz. ¿Cuántas veces han surgido pandemias lo largo de la presencia del Homo sapiens en este idílico planeta? Tal vez incontables, y se han superado aun sin la ayuda de las nuevas tecnologías y de los adelantos científicos.

La sentencia está firmada y lo estuvo siempre. ¿Acaso pretendemos vivir eternamente? Jugamos con fuego y nos abrasamos. Ignoramos nuestra fragilidad y nos exponemos a peligros desconocidos. Todo ello en beneficio de un consumo innecesario. El escenario mundial sigue siendo el de confrontación y de la mentira; la triste realidad es que los “malos” siguen controlando el mundo. Lo dramático es que la humanidad es cada día menos libre, está más controlada, es más manejable y las dictaduras han consolidado su poder. Cuentan para ello con la alianza de un populismo violento, excluyente y sectario. La democracia está herida y convalece en un oscuro calabozo.

Lo que está pasando es un aviso más que da la naturaleza para que modifiquemos nuestras costumbres y modo de vida. El coronavirus mata, pero la contaminación lo hace más lentamente. El capitalismo consumista es el veneno letal que ha corrompido el equilibrio del hombre y la Tierra. La actitud de la humanidad me recuerda la forma de morir de la secta de los jainíes, se cortaban trozos de su propia carne (la libertad y el amor) y se la ofrecían a las aves de rapiña (los explotadores y capitalistas). 

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