Opinión

Duendecillos nocturnos

Triste y desolada llegó a la tertulia, su cara denotaba el malestar que le había causado la misteriosa desaparición de dos tiestos con hermosas amapolas que adornaban el umbral de su casa. Como es una persona inteligente no le importaba el valor de lo sustraído sino la mezquindad del hecho; el caco (o la “caca”, con perdón por la expresión) había actuado con tal sigilo que ni el perro, fiel guardián de las posesiones de sus amos, había dado señal de alarma alguna. Aquella semana en la capitalidad del mismo municipio unos gamberros habían destrozado unos jardines que el nuevo equipo de gobierno había hermoseado con flores de colorido resplandor. Sin duda los duendes de la noche aliados con sucios trols habían decidido ofender y molestar a quienes apuestan por la estética como complemento de la ética. 

La conducta humana es muy difícil de analizar y por lo tanto de comprender. ¿Cómo es posible que se roben unas macetas de valor insignificante? ¿Qué placer puede encontrar el que arranca las flores de un jardín? Ruidosas borracheras hasta altas horas de la madrugada, destrozos en el erario, agresiones violentas sin el mínimo atisbo de provocación… todo puede suceder en las noches de modernos aquelarres donde los iniciados tienen que demostrar su mayor grado de irracionalidad. 

Estas pequeñas diabluras actúan como cortinas de humo que ocultan a los grandes depredadores que, con provocadora impunidad, destruyen la vida de los más humildes, buscando su enriquecimiento y satisfaciendo a sus amos. Son los buitres carroñeros que roban a los pobres para beneficiar a los ricos; en su afán desmedido de riquezas llegan a emponzoñar las instituciones democráticas convirtiéndolas en nidos de presuntos delincuentes. ¿Qué hacer para evitar tamaña inequidad? 

Los duendecillos no duermen ni de día ni de noche, hacen travesuras y se divierten con las debilidades de los humanos, usan botellas y se visten de mariscales cuando es necesario para burlarse de la justicia y del orden. Desafían la lógica y defecan en los parques y jardines sin que nadie los responsabilice de sus fechorías. Cuando los duendecillos entran en una casa, los desagües se atascan, falla la luz, se estropea la televisión, las puertas no cierran, las persianas no suben, la nevera pierde agua… y un infinito caos que acaba con la paciencia de sufridos inquilinos; pero con paciencia y tesón toda avería tiene arreglo. Peor solución tiene la recuperación de la vivienda expropiada por los trols bancarios buscando la rentabilidad de préstamos abusivos.

Mi inocencia infantil, recuperada en los últimos años, me permite asociar el caco (o caca) que robó las macetas de mi amiga tertuliana con la absolución de los trols que vendieron a fondos buitre los inmuebles de protección pública en el municipio de Madrid; en ambos casos la botella es la presunta culpable, lo demás son zarandajas siempre que los jarrones chinos no pontifiquen lo contrario.

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