Opinión

Ficción

Postín, glamour, belleza, pompa y espejismo. ¡Soy el mejor!, gritaba el mítico héroe de mil combates. ¡Nadie puede igualar mis éxitos y todos caen rendidos ante mi genialidad! Ente abstracto de una realidad virtual, fantasma de deseos de sueños terrenales. ¿De qué vale tu riqueza si tu espíritu se pierde? Quimeras engañosas que ocultan realidades inaceptables. 

Absorbidas por la masa, las individualidades delegan sus grandes dudas. Territorios inhóspitos regados con la sangre de inocentes criaturas. El miedo gana batallas y controla las mentes. Amenazas terribles someten las libertades, que son convertidas en lastimosas plegarias, precio obligado de un perdón salvador. ¡Cuánta infamia se oculta en el espejismo solidario con el continente primigenio de una especie abrasiva! 

¡Huye! Renuncia al placer, pócima del banquete de un deseo insatisfecho, llave de la angustia venidera. ¿Dónde está el Edén de la felicidad? Inmolaciones sangrientas de mártires malditos por sus horrendos crímenes. Genocidios salvadores de democracias totalitarias: la energía mística de una realidad despreciable. 

¡Huye! Refúgiate en el cubil de la bestia domesticada por los afectos de los que nacen del amor. Vástagos eternos del árbol de la vida. Germen del nuevo amanecer en un futuro cósmico de luminoso antropomorfismo.

Engaños, sueños, artimañas hábilmente diseñadas para controlar los cerebros de los amantes de la libertad. Confrontaciones necesarias para expandir las verdades “absolutas” que encadenan el pensamiento y destruyen la empatía.

 Las marionetas del guiñol terrenal son hábilmente manejadas ante un público somnoliento que hace el papel de espectador satisfecho de las hazañas de los monstruos de papel. Trump, Kin-Jong-un, Putin, Xi- Jinping... escenifican la parodia de ídolos de papel que juegan a la guerra de exterminio ante el silencio de los sesudos profetas del advenimiento. Mientras en un guiñol más cutre Mariano Rajoy y Puigdemont juegan su partida de ajedrez con las piezas de sus fieles adláteres. 

Histriónico el espectáculo en el escenario de un Parlamento degradado por la mediocridad de sus protagonistas. ¡Está en juego la unidad de la Patria!, gritan los cancerberos del infierno dorado. ¡Por la emancipación de la tribu!, responden los émulos del sacerdote Pau Claris. La cruzada del imperio contra las huestes almogávares. Todo es ficción, un “inocente” juego donde todos son perdedores: pierden los territorios, pierden los ciudadanos, pierde España, pierde Cataluña y sobre todo pierde la democracia. Y mientras esto sucede, la Tierra brama contra la ingratitud de sus hijos, eso no es una ficción, es la terrible realidad. 

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